Opinión | Tribuna abierta
Érase una vez... Saqunda
Érase una vez... Sirva esta expresión, título dado hace unas décadas a una serie de animación francesa de carácter educativo, para recordar un hecho histórico ocurrido hace 1.200 años en Córdoba. Concretamente, en la orilla izquierda del río Guadalquivir, al otro lado del puente romano, donde sus aguas trazan un meandro que ha provocado la sedimentación de sus materiales en dicha orilla.
En esta zona, conocida como Miraflores, así como en el espacio que desde la Calahorra ocupa buena parte del Campo de la Verdad, se ubicaba Saqunda, el arrabal meridional de la Córdoba omeya. Su nombre, derivado de la palabra latina secunda, topónimo de una aldea próxima que hacía referencia al miliario situado en la segunda milla de la vía Augusta, que saliendo de la ciudad por el Puente Romano atravesaba este lugar, está unido a uno de los sucesos históricos más terribles de nuestra ciudad, ocurrido en marzo del año 818 durante el llamado emirato independiente.
Su protagonista, al-Hakam I (796-822), que había heredado los problemas de sus antepasados (luchas por el poder, problemas sociales, enfrentamientos militares, política rígida y aplicación severa de la ley islámica por la expansión de la doctrina malikí), se dedicó a reprimir las revueltas de los beréberes, los muladíes (población de origen hispanorromano y visigodo que adoptó el Islam para tener los mismos derechos de los musulmanes) y los propios árabes, descontentos todos ellos con su mandato.
En este contexto sociopolítico y religioso hay que situar la llamada «revuelta del arrabal de Saqunda», barrio densamente poblado que había surgido en la zona meridional extramuros de la ciudad al aumentar la población cordobesa. Allí convivían muladíes y mozárabes, gentes de economía modesta (artesanos y mercaderes), con una minoría de alfaquíes (expertos en jurisprudencia islámica) malekitas que, defenestrados por el emir y en un entorno muy descontento con su política tributaria, lo culparon de excederse en los impuestos, alejarse de la ortodoxia religiosa y actuar como un déspota.
La llama prendió en el año 805, donde el emir ejecutó a 72 personas, entre ellos algunos alfaquíes. Con ello comienza un proceso que culminaría en marzo del 818 con dicha revuelta, reprimida duramente por su guardia personal. La muerte en el zoco de un armero a manos de un miembro de la misma dio lugar a que la población del arrabal se levantase en armas y marchase a su palacio. Al-Hakam I mandó a sus hombres arrasar el arrabal e incendiarlo. Ante esta situación intentaron volver para salvar sus pertenencias, pero su guardia (apostada a la salida del puente) se lo impidió, comenzando una brutal represión. Durante tres días el arrabal fue saqueado y trescientas personas notables fueron crucificadas cabeza abajo. Varios miles de habitantes fueron expulsados y tuvieron que marchar al exilio. Unos irían a Toledo, pero la mayoría se instaló en las costas mediterráneas de África --preferentemente en Fez--, o marcharon hacia Egipto, para llegar primero a Alejandría y después a Creta.
Al-Hakam I mandó destruir sus casas hasta los cimientos y ordenó que nunca se edificase en este lugar. Dicho mandato se cumplió y durante varios siglos su tierra estuvo dedicada a cultivos hortícolas, como así corroboran las excavaciones realizadas a principios de este siglo. Posteriormente, con la conquista de la ciudad por los cristianos en 1236 volverá a poblarse, pero los ecos de su historia legendaria han pervivido en los nuevos habitantes.
La Real Academia de Córdoba --a través de su Instituto de Estudios Califales-- y en colaboración con la Fundación Paradigma de Córdoba (BVA), aprovechando el 1.200 aniversario de esta revuelta, organiza unas jornadas los días 22 al 24 de enero, en las que no solo se conmemora este acontecimiento, que ha suscitado diversas interpretaciones históricas, sino que se analizará la evolución de este lugar desde Saqunda hasta el presente.
* Real Academia de Córdoba
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