Nunca estuvo bien visto replicar a los catalanes por las cuestiones de la lengua. De modo que nos callábamos para que no nos criticaran. Ellos sí acostumbraban a hacer chistes desagradables sobre el habla andaluza, pero que nadie dijera absolutamente nada de ellos. Hasta los chistes sobre su fama de avaros cuando decían «la pela es la pela» y te regateaban hasta los centimillos eran muy molestos para los radicales. Aunque los peores en estas cuestiones del idioma y las costumbres eran los castellanos, andaluces, asturianos o extremeños que viven allí desde hace varias décadas, pues eran más papistas que el Papa. En una ocasión me invitaron a dar una charla sobre un poeta catalán -pues yo era de joven muy aficionado a la literatura catalana-- y leía el catalán perfectamente -y el literario, que suele ser más difícil-, pero al vivir a 800 kilómetros de Cataluña nunca me había molestado en hablar catalán, pues uno se esfuerza en aprender inglés o francés para desenvolverse por el mundo, pero a nadie se le ocurre aprender catalán para ir a Barcelona, pues allí el cien por cien de la población habla castellano perfectamente. Es un asunto de comodidad. Pues eso, tuve que aguantar los tres días que estuve allí, durante las comidas y las cenas, sus conversaciones en catalán y me ignoraban con una falta de cortesía extrema.

Cuando fui director del Instituto Cervantes en Marruecos teníamos en nuestros planes de trabajo el catalán como lengua para enseñarla -lo mismo que se enseña el castellano--, así como la cultura catalana, al igual que se promovía la vasca, la gallega y la hispanoamericana en general. Pero, claro, qué pasaba, pues que no había ni una sola solicitud de un solo marroquí que quisiera aprender catalán y jamás en aquellos años tuve necesidad de buscar a un profesor de catalán, ya que no existían alumnos que quisieran aprenderlo, pues les guste o no a los catalanes -y por muchas embajadas ilegales que la Generalitat abra en diversos países del mundo-- a la gente le interesa aprender inglés, español, alemán, francés, chino, portugués, italiano, ruso, árabe antes que catalán, pues lo consideran una inutilidad, una estupidez. Y puedo asegurar que no lo es. Yo como español estoy orgulloso de pertenecer a un país en el que se hablan cuatro idiomas (catalán, gallego, vasco y castellano), pues eso forma parte de la cultura de nuestro pueblo y es riqueza. No nos podemos burlar del catalán, como no nos podemos reír de ninguna cultura del mundo por insignificante que parezca.

Cataluña es una de las regiones más ricas de España, construida a lo largo de los siglos por españoles que llegaron de todas partes de España, y su lengua es una seña de identidad maravillosa, su literatura es espléndida. Recuerdo en mis años de estudiante que escogí una asignatura optativa denominada Literatura catalana y leí en aquella época y luego durante años a escritores como Ramón Llull, Joan Maragall, Jacinto Verdaguer, Vicent Andrés Estellés, Josep Pla, Mercé Rodoreda, Joan Brossa, Salvador Espriu, Pere Quart y más actuales como Pere Gimferrer, Ana María Matute, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y amigos como Quim Monzó o David Castillo, entre una lista larguísima.

Muchos españoles amamos la cultura catalana porque forma parte de nuestra cultura, la sentimos en nuestra sangre, pero luego llegan los cretinos, esos tipos de flequillos que le tapan los ojos u otros con cara de gánsters napolitanos, barbudos, zafios o rufianes que se pasan el santo día insultando al que no piensa exactamente como ellos y dicen sandeces continuamente para horadar el espíritu de armonía que había hasta ahora en España y hacen un terrorismo sin balas pero terrible. Se trata del terrorismo de hechos consumados y golpes de estado sin pistolas, que no atiende a leyes ni a razones, sólo, de momento, a la fuerza de una palabra injusta y falsa. Ellos son los nuevos Procusto del siglo XXI, que si no piensas como ellos te eliminan del guión. Cuenta la mitología que Procusto fue un célebre bandido de la Antigüedad, que ataba a sus víctimas en una cama. Luego, con la ayuda de una cuchilla o de un garrote, las recortaba o estiraba, según su tamaño, para ajustarlas a las dimensiones exactas de la famosa cama. ¿Ha muerto realmente Procusto? Al parecer, todavía no. En Cataluña una minoría trata de arrasar con el miedo a la mayoría.

Vemos en la actualidad una España tétrica donde abundan los Procusto. Cada vez que sale en la televisión el circo separatista se ven por las rendijas los trucos, las verdaderas intenciones: «La pela que hoy es el euro» y paparres por todos lados, chupópteros corruptos y un presidente de Gobierno español que los mira con los ojos muy abiertos, incrédulo pero incapaz de solucionar el problema. Esa es la imagen de España en el extranjero.

Los países civilizados esperan que España solucione sus pequeños problemas, porque a estas alturas a nadie le interesa que haya más mini países diminutos. Y luego llegan los periodistas internacionales para cubrir la tragedia de las Ramblas y Trapero, un simple policía radical, da la nota con algo tan elemental como la lengua. De repente ya no hablan castellano y sólo saben catalán. ¡Qué lástima! El periodista holandés Marcel Haenen se marchó de la rueda de prensa porque una persona que habla seis idiomas no entiende ni habla el catalán (es lo normal), pero si lo hicieran todos los demás colegas de la prensa el asunto se arreglaría al instante.

Algunos políticos -que aman las costumbres de Trump-- no tardan en insultar a la gente a diestro y siniestro a través de sus cuentas de twitter cuando no están de acuerdo con ellos. ¿Procusto hablaba catalán?

* Escritor y periodista