"La vida es como un toro, hay que echarle un par de güevos". Eso dijo Jesulín de Ubrique, y no hablaba de política. La política es como un toro, hay que echarle cara, y se la echan. La política suele pretender resolver los problemas de los ciudadanos atacando o defendiendo a la Iglesia y atacando o defendiendo a los toros; no falla, cada cuatro años, cuando la política salta al ruedo y pasa de ser el arte de lo posible a convertirse en un caracoleo pedestre de contradicciones, ahí están la Iglesia y los toros, el alma hispana, en entredicho. No tienen ni idea. En España no puedes cargarte a la Iglesia porque este país huele a incienso por los cuatro costados; se sorprendía de ello el escritor y dramaturgo argentino Ernesto Mallo hace unos meses cuando comimos por la Corredera, pero es difícil explicar en un día, entre chuletas de cordero de nuestro norte y salmorejo, que la religión, como las corridas, son una filosofía imprescindible en la piel de toro, que por algo se llama así. Aquí en Carpetovetonia, cuando no nos matamos periódicamente fruto de la envidia, nos perseguimos por cuestiones religiosas y taurinas. Estos asuntos movilizan más el alma hispana que las ansias de progreso o que construir juntos algo (está en los libros). Un poeta dijo que a España le hace falta un proyecto común para descollar, como conquistar América, y como eso ya no es posible, parece que solo nos queda el duelo a garrotazos de Goya como única innovación estética y ética, pero cuando un uso es recurrente deja de ser innovación y se convierte en fácil recurso de huida hacia adelante. O hacia adentro, que es mucho más español.

* Profesor