Ya queda un tanto lejano el coloquio celebrado en Córdoba en el que participó el politólogo y doctor en Filosofía Política y Social Daniel Innerarity. De su intervención, el 20 de septiembre, se destacaron muchas cosas en Diario CORDOBA al día siguiente. Pero entre tan sesudas reflexiones (en el mejor sentido de la palabra "sesuda", que no quiere decir "aburrida") hubo una frase que aún hoy se me viene a la mente cada poco tiempo porque dio en el clavo.

Seguro que a usted también le habrá pasado: son esas frases que uno lleva rumiando, gestando durante largo tiempo hasta que alguien, un buen día, las pronuncia y parece que se hace la luz. Casi como si te hubieran descubierto un nuevo mundo que ya tenías cartografiado.

Pues bien, Daniel Innerarity advirtió de que "no hay nada más conservador que enfrentar dos posturas radicales, porque como es imposible que lleguen a un acuerdo, nada se moverá, nada cambiará". Por supuesto, el experto hablaba de política y, lógicamente, a nadie se le escapa que la frase tiene su carga en estos tiempos en donde tanto se llena la boca (lo de practicarlo es otra cosa) de la necesidad de diálogo entre partidos, ideas, civilizaciones, culturas, países e instituciones. Sin ir más lejos, seguro que a usted se le habrá venido a la cabeza el caso de Cataluña.

Pero no. No hablo de política. O al menos no hablo solamente de política. La frase me pareció genial, y ya digo que es de las que se te quedan largo tiempo como un eco en el oído y en el cerebro, porque puede aplicarse a cualquier aspecto de la vida social y, si me apuran, incluso personal.

O si no, recordemos cómo muchas asociaciones en las que hemos estado actualmente no tienen prácticamente actividad después de que dos bandos terminaran a la gresca. Más aún, sincerémonos con nuestra historia personal y veremos como, por ejemplo, cuando hemos querido cambiar un hábito o darle un giro a nuestra forma de vivir todo se ha ido al traste porque un día ganaba algo radical nuestro y al día siguiente la postura contraria. Todos hemos comenzado un día una dieta estricta para romperla después con el mayor de los ágapes, nos hemos volcado sentimental e inútilmente con quien la jornada anterior habíamos sido crueles o hemos salido a caminar para olvidar que estamos pagando un gimnasio sin ir a él. Radicalismos interiores, de uno y otro signo, de cuya lucha nada sale. Sería buena idea moderarse y negociar con uno mismo. Igual que en la vida. Igual (y ahora sí lo digo) que en política.