Tal vez exista una tendencia inevitable a suavizar en el recuerdo la vida. De manera especial cuando nos atenaza el presente. Cuando lo que nos está ocurriendo ahora no es lo que habríamos deseado; cuando nos encontramos cansados para hallar los colores secretos de los años futuros. Pero, no importa, los sonidos hoy ya solo son ecos lejanos de unos días luminosos donde han sido posibles todas las historias. Incluso la historia más grande. La luna, que todo lo marca y descubre, ella, la única diosa capaz de marcar el calendario y detenerlo, abrió su manto de espumas y luminarias para que la vida regresara en sus despertares de hoy y en sus raíces. Las familias han vuelto y compartido y hemos recuperado imágenes de la infancia, el sabor de los padres, de los hermanos, su sabor y sus fragancias.

Un disfrute ese dejarse llevar por la memoria de los sonidos, el verdor de los campos, la vida que renace. Nada se ha consumado. Y sin embargo todos los años, todas las promesas son iguales. Lo piensa mientras observa el enorme calendario colgado junto al frigorífico y ante la estampa del nuevo mes. Abril. Abril es un mes cruel. La taza de café humea entre sus dedos, se sienta en el sillón y mira la bandeja de los dulces que había comprado para la semana, casi repleta, y comprueba cómo la nueva estación, aunque sorprendida en su esplendor y resistiéndose, avanza ya inexorable apagando las últimas antorchas de la noche con sus pasos de gacela. Mirad cómo se abren los cuerpos en silencio.

Sin embargo la mañana ha amanecido turbia y algo más fría que de costumbre. Quiero decir más despejada y solitaria. Nadie puede enjaular los ojos de una mujer cuando se asoma. Y ella, anoche, aunque pudo salir un rato para estar con sus primos, tuvo que llamar a su madre para que se fuese a dormir con ella y se hiciera cargo de la niña esta mañana, que tenía turno de mañana y debía estar en el trabajo bien temprano. Esta tarde intentará dormir un rato. Ahora, el talante del día invita a estar más que a ser. Te asomas al nuevo día y compruebas que algo hay de oro gastado en cualquier día y más en primavera. Las campanas. Sus ecos permanecen. Tal vez quisieras que tus pasos te alejasen sin acercarte a nada. El tiempo es la belleza resistiendo a punto de marcharse, en fuga ya. Un hilo iluminado transita por tu acera. Qué quietud. Dejad que en nuestros brazos repose la criatura sagrada. No tengo la sensación de que el tiempo huye.

* Profesor de Literatura