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Opinión

EMMA Riberola

Final feliz

"Ryanair dejó en tierra a un niño que viajaba para un trasplante"...

Imposible leer la noticia en los periódicos y no sentir la desesperación de los padres. Las súplicas impotentes ante el personal de una aerolínea que les negaba el billete por no haberlo comprado por internet dos horas antes. La angustia al sentir que los minutos pasaban y que solo se golpeaban contra un gélido muro que desconocía el significado de la palabra humanidad. Acababan de recibir la llamada, el hígado y el riñón que salvarían a su hijo les esperaban y unos desconocidos les hablaban de normas. Esas que dictan draconianas medidas de equipaje, un nulo servicio en vuelo y unas antipáticas trampas administrativas creadas para hacer pagar al incauto por cualquier descuido.

Para muchos, Ryanair es imprescindible por el bajo coste de sus vuelos. La compañía juega con esa necesidad para imponer sus normas. Pero todo tiene un límite. Y negarse al auxilio, arriesgar la vida de un niño, salta todas las barreras del abuso más repugnante.

Las marcas no son eternas. Acumular agravios no es el mejor modo de preservar la fidelidad, del mismo modo que sumar clientes que solo desean dejar de serlo es el inicio del fracaso.

Todos somos imprescindibles... Hasta que dejamos de serlo. El niño voló en un avión de AirEuropa, llegó in extremis al hospital y la operación resultó un éxito. Por suerte, Ryanair no dictó el final de la historia.

* Escritora y periodista

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