Pasada ya la campaña para las elecciones europeas, marcada por el regodeo sobre la "superioridad intelectual" masculina por parte de alguien que intentaba proponer un plan de gobierno a la sociedad:

"--...¿Creemos que las hembras de los perros guardianes deben vigilar igual que los machos y cazar junto a ellos y hacer todo lo demás en común o han de quedarse en casa, incapacitadas por los partos y las crianzas de los cachorros, mientras los otros trabajan y tienen todo el cuidado de los rebaños?

--Harán todo en común --dijo--; solo que tratamos a las unas como más débiles y a los otros como más fuertes.

--¿Y es posible, --dije yo-- emplear un animal en las mismas tareas si no le das también la misma crianza y educación?

--No es posible.

--Por tanto, si empleamos a las mujeres en las mismas tareas que a los hombres, menester será darles también las mismas enseñanzas.

--Sí.

--Ahora bien, a aquellos les fueron asignadas la música y la gimnasia.

--Sí.

--Por consiguiente, también a las mujeres habrá que introducirlas en ambas artes, e igualmente en lo relativo a la guerra; y será preciso tratarlas de la misma manera.

(...//...)

--¿Quieres, pues, que a quienes nos contradigan le invitemos a seguir nuestro razonamiento por si acaso le demostramos que no existe ninguna ocupación relacionada con la administración de la ciudad que sea peculiar de la mujer?".

Este diálogo fue escrito por Platón y recogido en su obra La República , publicada en el año 380 antes de Cristo. Pero está claro, después de casi los 2.400 años trascurridos, que tales postulados no han tenido demasiada fortuna.

En el campo de las ideas la evolución no es rectilínea y ascendente, de manera que se pueda afirmar que lo antiguo es la convicción de la desigualdad entre mujeres y hombres y lo moderno la igualdad.

Las sociedades, desde siempre, por diversos motivos, han asignado papeles desiguales a cada uno de los sexos, que acaban petrificándose y alejándose de su utilidad inicial, sustentados en las diferencias biológicas, o se santifican para darle su justificación cultural por designio divino, y en muchos casos se transforman en elementos de dominación y control conformando actitudes y posiciones de superioridad y machismo, que a veces llevan a la violencia.

Pese a la incorporación masiva de la mujer a la enseñanza superior y al mercado de trabajo (en España: 54% del alumnado universitario y 46% de la población activa respectivamente), los datos puestos de manifiesto, el pasado mes de marzo, por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, indican que un 22 por cien de las europeas han sufrido violencia por parte de su pareja. En el caso particular de España, según la encuesta sobre la Percepción social de la violencia de género 2013 , dada a conocer por el CIS el pasado martes, 3 de junio, el 32 por ciento de los hombres y el 29 por ciento de las mujeres estiman que es inevitable o aceptable en determinadas circunstancias la violencia de control sobre la pareja; mientras que el estudio sobre Igualdad y prevención de la violencia de género en la adolescencia (2010) , pone de manifiesto un conjunto de indicadores que expresan la identificación de los jóvenes con un modelo de relación caracterizado por el dominio y sumisión, en el que se basa la violencia de género, que son aprendidas a través de los múltiples contextos desde los cuales se reproduce el sexismo.

Cuando una mente abierta y libre reflexiona sobre una realidad e intenta despojarla de prejuicios y estereotipos, cual era el propósito de Platón, se desvanecen las actitudes de superioridad y se abre un campo para el desmantelamiento o corrección de instituciones que perpetúan y alimentan las desigualdades, por medio de la educación, en el sentido más amplio del término, y el reproche social intransigente frente a cualquier indicio.

* Profesor titular de la Universidad de Córdoba