Me parece que todos estaríamos de acuerdo si nos preguntaran si queremos ser pobres. Diríamos no. Hay excepciones. En nuestro ámbito religioso existe el voto de pobreza, que a veces es una decisión meritoriamente mantenida. Pero no siempre. Justifico la buena vida de algunos que no es muy austera si no han hecho los votos correspondientes. No creo que cometieran ningún pecado los sacerdotes de pueblo que regularmente visitaban a las mujeres piadosas y hacían unas magníficas meriendas acompañadas con buenas tazas de chocolate. Cualquier exceso, en estos ámbitos, sería indudablemente peccata minuta. No es el caso del cardenal Bertone. Desde Roma, nos hacen saber que este cardenal ha dado instrucciones --la voluntad queda manifiesta-- para que se rehaga un ático del Vaticano para convertirlo en un apartamento excepcional de lujo. He dicho apartamento por inercia, porque no creo que se pueda denominar así un espacio de 400 metros cuadrados, en dos plantas, y 200 metros más para disponer de una magnífica terraza con vistas a la cúpula de San Pedro. La religión cristiana es sorprendente. Incluye tanto al ermitaño que hace una vida austera en una cueva como un cardenal que se instala en un dúplex y que dispondrá como personal de servicio de un mayordomo y unas monjas. ¿Es posible que el Papa, el cura de pueblo y el cardenal Bertone compartan la misma religión, la misma fe cristiana? Al mismo tiempo, Francisco renuncia al apartamento pontificio que ocupaban los papas anteriores y se limita a vivir en un espacio de 70 metros. El concepto de lujo está vinculado a las ideas de exceso, de exuberancia, de vida voluptuosa. Hay un lujo perfectamente comprensible, ligado a una situación personal determinada de ciertas manifestaciones de la vida pública. Pero hay un lujo insolente, señor cardenal. La lujuria del lujo.

* Periodista