Sin pretenderlo, el obispo ha promocionado la Mezquita urbi et orbi. El universo entero pregunta que qué pasa con la Mezquita de Córdoba, que si es verdad que los moros se la quieren quitar a los canónigos, que si unos desaprensivos se la quieren expropiar a la Iglesia. Pero nadie pregunta por la catedral de Córdoba por mucho que se empeñen los carteles catedralicios en resaltarla y en ningunear ese espacio de inspiración de los Medina Azahara. En el ecumenismo de la Semana Santa, acababa de pasar el vía crucis y la terraza del bar de Higueras de Villaralto parecía un cónclave de la ONU. Cuatro franceses de nacimiento, uno de adopción, y dos villaralteros en Colombia --cordobeses por el mundo-- preguntaron lo mismo: qué pasa con la Mezquita de Córdoba. Minutos antes, un alemán nativo, casado con una española de mi pueblo, se interesaba, con su media lengua en castellano, por la Mezquita de Córdoba, que anda en los mentideros mundiales. Hasta Gallardón, ese ministro que cambió la fisonomía de progre del PP por la de defensor de las más discutibles esencias de su partido, ha hecho propaganda de la Mezquita al nombrarla así en el Senado, una de las sedes de la voluntad popular. La plataforma que surgió para alentar de que en un año más o menos la Mezquita podría estar escriturada solo a nombre de la Iglesia ha conseguido, de rebote, devolver al monumento la esencia de su única titularidad: no tener más dueño que la Humanidad. Si no no se hubieran interesado por ella los franceses, alemanes y colombianos de mi pueblo. Hasta el mismo alcalde de Córdoba, que muestra indecisión provinciana --no es de la capital, ni yo tampoco-- ante la contundencia del nombre Mezquita, ha reconocido públicamente, al llevar a los Medina Azahara como pregoneros de las fiestas de mayo, la fuerza del monumento como inspiración. Quizá ha sido un acto fallido, un lapsus o la salida a la superficie de lo que no puede ocultarse, como quiere el obispo, que tampoco es cordobés. Pero entronizar a los Medina Azahara en el Alcázar de los Reyes Cristianos, sanctasantórum del protocolo cordobés, sabiendo que su Paseando por la Mezquita es el himno de batalla de generaciones que construyeron sueños de futuro en el Patio de los Naranjos es una declaración de intenciones, aunque sea inconsciente. No creemos que esté en el pensamiento de José Antonio Nieto reproducir aquel episodio de "usted no es mi obispo pero yo sí soy su alcalde" de la época de Anguita e Infantes Florido. Aunque a veces el poder recapacita y se convierte en lo que es: la cabeza visible de un pueblo que se siente orgulloso de haber heredado la Mezquita. Su tesoro. Su seña de identidad.