A pesar de los malos tiempos y sus recortes, la Real Academia de Córdoba mantiene el pulso vital con la misma constancia y fuerza de siempre. La vida académica se resiente de falta de apoyo institucional en lo económico y hasta en lo anímico --no hay crisis que pueda justificar ciertos desapegos-- pero aun con sede prestada y horizonte desalentador sigue imparable en su tarea de aportar a la ciencia, a las artes y a las letras de esta ciudad lo mejor que dan de sí sus miembros. El cuerpo académico continúa creciendo en número y calidad con savia nueva que lo revitaliza, en la línea ya iniciada hace años de abrirse a todos los campos de la sociedad. En medio de ese paisaje, hoy pronunciará su discurso de ingreso como correspondiente --centrado en un semblanza histórica de los últimos siete obispos de Córdoba-- el sacerdote y periodista Antonio Gil Moreno, sin duda un buen fichaje donde los haya, que ensanchará con su palabra directa y emotiva, culta y de belleza sin afeites, la ya amplia representación de la prensa en la docta institución.

El párroco de San Lorenzo, hombre de semblante reposado --aunque siempre vaya con prisas-- y mirada como de rayos equis, guarda tras su humor lleno de fina ironía y un perfil de cura cercano lo mejor de los dos oficios que le acompañan. Como sacerdote Antonio Gil posee una sólida formación (es licenciado en Teología) que vierte de forma sencilla en homilías concisas de muy hondo calado espiritual. Como periodista ha dejado su inconfundible huella de profesional pegado a la noticia incluso después de su jubilación. Lo sigue haciendo en este periódico, del que ha sido subdirector, desde su sección de artículos Para ti, para mí , que luego recopila anualmente en libros como ardientes "columnas de fuego". Y lo hace también saludando cada día que nace desde el programa Alborada , ante los micrófonos de Radio Nacional de España.

En estos ámbitos periodísticos, al igual que en la delegación diocesana de Medios de Comunicación Social que dirigió durante más de treinta años, Antonio Gil conecta la realidad circundante con el mensaje propio del gran humanista cristiano que es. Periodismo y fe anudados sin fisuras en un mundo cada vez más incrédulo.