¿Habría Napoleón situado al general balón en el campo de batalla? Lo hizo con el general invierno, que más estragos provocaron en sus tropas las nevadas que las balas de los rusos. Posiblemente el corso habría descubierto que un gol levanta más la moral que una buena arenga. El sibilino Bonaparte se habría preguntado cuál habría sido el sino de Waterloo de haberse producido la contienda una semana después de que la Francia de Zidane le arrebatase el cetro mundial al Brasil de un noqueado Ronaldo.

Más pronto que tarde, el genial estratega francés se habría dado cuenta que la pelota no arregla, sino que retrasa los problemas, que vuelven crecidos como una carga de coraceros. Muñidores hay en los diversos gobiernos --incluido el autonómico-- que aconsejan aprovechar la efervescencia de la Roja para aplicar nuevos recortes, igual que el antibiótico que ocultas en un trozo de carne para tu mascota. Gobernar es tan diabólicamente simple como decidir, que en tiempos de vacas escuálidas se limita a priorizar los golpes de la miseria. Lo que no sabemos es hasta dónde aguantan las costuras de la solidaridad, o por intereses partidistas, se enchepan los sudores para no enojar al electorado.

Aunque zumben por todas las esquinas los agravios, no puede confundirse la progresión del esfuerzo con el igualitarismo. Con el paso de los siglos, Ulpiano no solo se ha consagrado como un gran jurisconsulto, sino como el superhéroe del sentido común al señalar que la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo. Se oyen tambores de guerra en la Medicina, y aunque la deontología esté por delante, y es loable el reparto de los sacrificios y entibar la barrera del mileurismo, nunca se olvide que quien interviene en la mesa del quirófano no es precisamente el celador.

* Abogado