Es algo, absolutamente, necesario y que, sin embargo, ningún partido político ha tenido coraje para hincarle el diente. Como en tantas cosas, prefieren mirar para otro lado. De vez en cuando los medios se hacen eco del malestar que en determinadas zonas del extrarradio industrial de las grandes urbes provoca esa prostitución callejera alborotadora y, en algún caso, desvergonzada, a cualquier hora del día. La inseguridad, la mala imagen para los negocios y la ausencia de medidas profilácticas son los principales motivos de queja. No obstante, desde que el mundo es mundo, la prostitución ha existido y en nuestra ciudad allá, por los años 60, ya se ejercía "a cielo raso" en la explanada de Vallellano y en los Patos; recordemos "El charco de la Pava" y la "Parilla Eléctrica", tan frecuentadas en aquellos años por mozalbetes y adultos.

Pero no es este el objeto de esta comunicación. Desde aquí quiero dejar bien sentado que la prostitución es una realidad social de la que se suele opinar con prejuicios, aunque sean pocos los que la conocen de primera mano. Los medios de comunicación con sus titulares y críticas sensacionalistas la muestran como un ejemplo de la miseria humana. La sociedad, tan hipócrita, alentada por meapilas, moralistas de baratillo y golpe de pecho y feministas que en su radical antimachismo aparecen como catequizadoras evangélicas y redentoristas, ha creado a lo largo de los años una imagen que no se corresponde con la realidad.

Naturalmente que es detestable y merece la mayor de las repulsas la explotación sexual, el tráfico carnal del ser humano es un delito y, por tanto, debe ser perseguido como tal. La trata no es prostitución, es sencillamente violación. Tampoco se puede hablar de prostitución infantil. Son, simplemente, niños y niñas violadas. Por descontado que ese comercio carnal y la figura del proxeneta deben ser erradicados.

Me refiero a la prostitución como un oficio, un trabajo, una ocupación permanente. La mujer que, profesionalmente, se entrega a esta actividad y lo hace de manera voluntaria, debe merecer todos nuestros respetos. Ellas son las dueñas de sus vidas y de sus cuerpos y se les trata como si no tuviesen capacidad de pensar o decidir. Para entendernos, son profesionales que exigen como contraprestación al intercambio de sexo el estipendio convenido.

Suelen ser mujeres que les gusta el sexo y en muchas ocasiones ejercer la prostitución les ha liberado sexualmente y si, además de pasárselo bien, ganan un buen dinero, por qué van a renunciar. La prostituta inteligente filtra los clientes, pone su tarifa y limita sus servicios. Su retribución puede sextuplicar la media de ingresos de una asalariada, con menor dedicación y sin depender de nadie y, además, en esa relación puede encontrar momentos muy placenteros. Miel sobre hojuelas. De ahí la necesidad de que se regule la prostitución, ofreciéndose, así, a la trabajadora del amor la necesaria seguridad en su trabajo y convirtiéndose su ejercicio en fuente de ingresos para la Administración por vía impositiva, que buena falta le hace.

Alfonso Gómez López

Córdoba