Quien tiene un amigo tiene un tesoro" dice el viejo aforismol. Los amigos de verdad siempre los llevamos a buen recaudo cerca del corazón. Son nuestros tesoros emocionales, las personas que nos hacen sentir buenos y útiles y a los que nos agarramos como náufragos cuando los azares de la vida nos brean. Si un solo amigo puede proporcionar tantos dones, ¿qué mana no traerá novecientos millones de amigos? Ese es el gozo inmedible que ha debido de experimentar el joven Mark Zuckerberg, creador de Facebook, al sacar una parte de su imperio de amigos a bolsa. Por primera vez en la historia de la humanidad conocemos no ya el valor de la felicidad que nos aporta el amigo, sino cuál es el valor exacto en dólares de una amistad. Zuckerberg ya lo tiene anotado en el registro de la SEC: mas de veinte mil millones de dólares es el valor de sus acciones. O sea, una de las personas más ricas del mundo. No es el hombre que quería tener un millón de amigos que cantaba el ñoñas de Roberto Carlos, sino un hombre que han hecho multimillonario en dólares los amigos. Así pues, la breve historia de solo ocho años de Facebook es toda una epopeya de riqueza en torno a la amistad, de la necesidad genética, vital que tiene el ser humano de comunicar con el otro, de hablar, reír, jugar o curiosear. Esta certeza y la pasmosa facilidad que tienen algunos norteamericanos para hacerse podridamente ricos manejando el humo, han llevado al milagro más rentable que la amistad nunca dio a un hombre y una empresa. Este estruendo de contactos en la red nos recuerda en algo al proceso de nacimiento y crecimiento de las religiones. En estas, fue la necesidad de un Salvador que nos rescatara de esta perra vida su principal motor, en tanto que el catalizador del triunfo de Zuckerberg fue su intuición de que el ser humano tiene necesidad imperiosa de amistad. La gran diferencia entre ambos sucesos estriba en que Facebook no quiere dirigir a nadie, solo pretende ganar dinero. Las religiones lo quieren abarcar todo.

* Periodista