Vuelvo a Montoro aunque nunca me he ido. Vuelvo a la XVI edición de la Feria del Olivo y miro hacia atrás. Fui pregonero y aquella noche intuí que el espíritu de mis antepasados, los Piedrahitas, vagaba entre el público asistente. Lo dice Milan Kundera, citando a Apollinaire, en el prólogo Los míos del periodista Jean Daniel. "Nada hay más muerto que lo que no existe todavía/Al lado del brillante pasado, el mañana es incoloro". Nuestro pasado, el de los montoreños, se ha ido fraguando a lo largo de los muchos años con el olivo como signo de identidad. Decía el consejero de Agricultura, Luis Planas, "no es una solución definitiva" la aprobación de la UE para que se almacenen 100.000 toneladas de aceite de oliva. El, que sabe andar muy bien por los vericuetos de Bruselas, insistió durante la inauguración del certamen en "la concentración de la oferta". Y, sobre todo, en lo que ya en 1930 insistía el economista y periodista baenense Bermúdez Cañete. Había que asomarse al exterior y dejar de mirar al propio ombligo, repitiendo "mi aceite es el mejor del mundo". He vuelto como miembro del jurado AEMO para la difusión de la cultura del olivo. Se mereció el primer premio la Escuela de Cata para Niños, de la DO Priego. Esos niños que aprenden a distinguir un buen oliva virgen generarán "cultura de consumo del aceite de oliva", como ha dicho Antonio Sánchez Villaverde. El alcalde es garante de la cédula real concedida a Montoro: "Terrenos de Sierra Morena fueron convertidos en preciosos y dilatados plantíos de olivar".

*Periodista