La población indígena de la Corduba prerromana se disponía en núcleos dispersos, con un urbanismo todavía por precisar en sus más exactos parámetros aunque de clara raigambre mediterránea, basado primero en cabañas circulares u ovaladas que a partir de la llegada de influencias orientales, ya en el I milenio a. C., se verían sustituidas por otras de carácter angular, unas y otras construidas con alzados de tapial y adobe sobre zócalos de cantos de río dispuestos a baja altura. Estos mismos materiales caracterizan la arquitectura doméstica de la fundación inicial romano-republicana, cuyas casas destacan por su modestia constructiva, su austeridad, incluso una cierta perentoriedad. La estructuración del parcelario en parcelas (insulae) facilitó desde el inicio que las calles pudieran ser orientadas en sentido Norte-Sur (cardines) y Este-Oeste (decumani) , en una trama de clara tendencia ortogonal que rompería solo parcialmente la ampliación augustea, con la que el núcleo urbano duplicó casi su superficie. Por el momento, la práctica totalidad de las documentadas --las más antiguas, de mediados o segunda mitad del siglo II a. C.-- apoyan también sobre cimientos de cantos rodados o mampostería irregular, con alzados de adobe y/o tapial, pavimentos de tierra, cal o grava, y cubiertas de carácter vegetal, a la manera indígena; incorporando en inicio como únicos elementos de clara filiación romana sus ajuares materiales y pintura parietal basada en colores planos (sobre todo, rojo y negro). Un panorama que, si bien no desaparece del todo, comienza a enriquecerse a principios del siglo I a. C., en un primer proceso de monumentalización urbana que ya no se detendría hasta el final del imperio.

En claro contraste con la información arqueológica (muy limitada al respecto), las fuentes antiguas hablan para la Córdoba del siglo I a. C. de casas de atrium: un pequeño y sobrio patio central, de fuerte tradición itálica, que condicionaba su estructura. No obstante, el esquema que acabará imponiéndose tras la refundación de la ciudad será el de la casa de peristilo: un gran espacio abierto y porticado de tradición helenística que a veces se sumó al atrio, quedando éste como "escaparate público", mientras el interior se reservaba para la intimidad familiar. En estos primeros momentos, previos a la construcción de los diversos acueductos que sucesivamente acabarán convirtiendo a Corduba en una de las ciudades mejor abastecidas del Occidente romano, las casas tomaban todavía el agua de pozos; y es posible que ya entonces los cordobeses contaran también con fincas y viviendas más o menos de recreo en los alrededores de la ciudad. De hecho, el Bellum Alexandrinum narra que cuando Casio Longino vuelve a Corduba para enfrentarse con las tropas comandadas por M. C. M. Aeserninus en 48 a.C., arrasa las nobilissimae carissimaeque possessiones Cordubensium existentes en sus cercanías; una cita de difícil interpretación dada la falta de información arqueológica sobre asentamientos domésticos fuera de las murallas con carácter previo al cambio de era, pero que resulta, sin duda, muy sugestiva. Sí que sabemos con certeza que desde los tiempos de Claudio y Nerón los viviendas excedieron el recinto amurallado en casi todo su perímetro, extendiéndose, codiciosas, en forma de barrios suburbanos por el entorno de la ciudad (vici) , hasta anular en buena medida el uso industrial y funerario de los suburbia inmediatos (algunos de los monumentos más relevantes, como los de Puerta de Gallegos, fueron desmontados, tapados, o integrados en las nuevas construcciones).

A día de hoy, la arqueología cordobesa ha aportado información básicamente sobre las grandes casas, urbanas, o suburbanas, es decir domus unifamiliares que rivalizaban en posición, lujo, materiales constructivos y programas ornamentales (fuentes, estatuas, mosaicos, pinturas, vegetación, tapices...), pero existieron también viviendas más pobres, incluso casas de vecinos. Todas ellas debieron tener en común su organización en torno a uno o más patios que aglutinaban la vida; un esquema después imitado y prácticamente consolidado durante la etapa islámica, que forma parte aún de nuestra más singular y celebrada idiosincrasia. Tampoco, pues, en esto resultamos originales; o quizá es solo que, para admiración del mundo, Córdoba ha tenido la grandeza de conservar a lo largo de los siglos su esencia como cultura, empezando por su forma de vivir de puertas adentro.

* Catedrático de Arqueología. UCO