La debacle del domingo en el seno del PSOE es incontestable, y mal harían la militancia socialista y los cuadros dirigentes en minimizar los daños del naufragio y achacar este resultado sólo a la crisis. Lo hizo ayer el todavía presidente del Gobierno en un análisis que es certero pero al que le han faltado ciertas dosis de autocrítica después de que su partido haya perdido el apoyo de más de 4 millones de españoles. Es un hecho objetivo que el gobierno socialista de España no ha sido el único en caer en Europa, pero difícilmente encontraremos otro país en el que los gobernantes pierden un tercio de sus apoyos en la reválida de las urnas. La celebración de un congreso en la primera semana de febrero supone que el PSOE estará decidiendo la elección de su nuevo líder en vísperas de unas elecciones autonómicas en las que los socialistas corren el peligro de perder también la Junta. Su convocatoria es una decisión correcta, pero tiene sus riesgos, pues no parece que sea lo más adecuado afrontar unos comicios con el adelanto de un congreso en el que los socialistas andaluces pueden llegar divididos. Es verdad que el PSOE no puede esperar en una situación de interinidad, sin aclarar quién liderará el partido, pero no puede olvidar que tiene el reto de las elecciones andaluzas en el que, pese a lo que digan algunos, hay espacio para la remontada socialista. De cómo logre conciliar el socialismo sus intereses a corto plazo --estas elecciones y la gestión del liderazgo-- dependerá el futuro a medio y largo plazo del PSOE. El desafío es enorme.