Rueda una consigna reaccionaria que niega los ideales, afirmando que estos se evaporaron, que todos los pensamientos son iguales. Todo lo contrario. En esta película de la democracia occidental han intervenido dos grandes actores, al margen de otros intérpretes secundarios; uno, el modelo liberal-conservador y el otro, el socialdemócrata. El primero de ellos, basado en el pago de pocos impuestos, la liberalización de todos los mercados ("el mercado solo lo arregla todo"), y la privatización de los servicios públicos, entre otros. En él prima el individuo, que con su esfuerzo podría llegar a obtener aquello que se propusiera. Dando lugar a una amplia clase media y a grandes bolsas de pobreza. Al parecer ,con todo ello las empresas se hacen más competitivas, a la par que se generan más puestos de trabajo, con lo que el resto de la sociedad termina ganando. La economía lo sustenta todo, EEUU sería el paradigma en el mundo y la Comunidad de Madrid intenta serlo en nuestro país. La otra forma de gobernar se fundaría en una fuerte presión fiscal, en la armonía entre el sector público y privado, en la protección social de los más débiles, en la universalización de la sanidad, en la enseñanza gratuita, y en un sistema de pensiones desde el Estado, etcétera. En Europa, sobre todo en los países nórdicos, tendríamos el ejemplo más cercano. Ninguno de los dos patrones es perfecto y lo más importante son las personas, pero tras estas están sus ideales, aunque algunas los olviden al llegar al poder. Elijan, pues. Ya lo dice el refrán, no hay nada más tonto que un obrero de derechas.

* Guionista-realizador TV