He escuchado el pie de foto de Luis del Val a la descripción de la imagen que regala cada mañana a sus oyentes: un señor belga y una señora británica. Nada más. Van Rompuy y Ashtom son unos desconocidos para el gran público europeo, cada vez más escéptico. La política, compleja por definición, ha realizado una apuesta discreta en términos mediáticos y de consecuencias inciertas para el futuro de la Unión. Los nuevos cargos necesitan tiempo y el optimismo necesario para que nos sorprendan. Urge salir del abatimiento.

Sigo pensando que la Unión Europea, con una dimensión política, no estrictamente económica, es el modelo de participación sobre el que debemos pivotar nuestro desarrollo común. Me seduce aún la idea de unidad que impulsaron los grandes liderazgos democráticos de Schumann y Adenauer y con que también supieron ilusionarnos, en los ochenta y los noventa del siglo pasado, figuras relevantes de la inmensa talla de González, Kohl y Delors. Asisto, no obstante, decepcionado a la destrucción paulatina de esas ilusiones por los actuales liderazgos continentales, carentes del necesario vigor y arrojo para conducirnos hacia destinos ambiciosos. Es la tónica de los tiempos, que pervierte el sentido del consenso, matriz instrumental de la gran política, colocándolo como excusa para ocultar la endeble fortaleza de sus posiciones nacionales.

El azaroso tránsito del Tratado de Lisboa, cuya versión edulcorada es ya norma y permite este reparto de cargos, es una causa cercana de la actual descomposición europea pero también lo son las rápidas adhesiones a la Unión de distintos países, que con un escaso acervo comunitario y una corta trayectoria democrática, antes imprescindibles para la incorporación, han rebajado mucho el listón europeísta. Tiene toda la lógica que se resistan a ceder su soberanía, patrón esencial de la fortaleza política de la Unión, quienes la recuperaron recientemente. Europa tardó 36 años en contar con 12 miembros. Dos décadas después, 15 países más completan la Unión. El proyecto es por tanto una ampliación de mercado antes que un avance sostenido hacia la unión política.

A pesar del pesimismo que nos invade, con razón, es vital que no renunciemos a la idea que sirvió a un continente destrozado por la vileza de la guerra para superar su frustración y convertir el fracaso histórico de la primera mitad del siglo XX en una oportunidad para toda Europa. La memoria ha de sernos también útil para recordar la meta de libertad que representaba la Unión para los países que sufrieron crueles dictaduras como el nuestro. Una historia común, tanto tiempo anhelada, no puede ser derrotada por este tiempo tan gris, que confunde los grandes acuerdos con las pobres componendas.

* Asesor jurídico