Somos muchos ciudadanos los que, vinculados o no al cooperativismo, hemos respirado aliviados al conocer que Covap, abandonando la idea de modificar su estructura societaria --porque, según algunos, la forma cooperativa les suponía un obstáculo para su crecimiento y modernización--, seguirá siendo sociedad cooperativa manteniendo la titularidad de todas las secciones y de las actividades que ha venido realizando hasta ahora.

También contentos por los socios, por el desarrollo de las comarcas en las que opera y por nosotros mismos como consumidores. Porque pensamos que todo lo que hoy es y significa esta empresa se debe precisamente al hecho de ser una cooperativa; ninguna de sus iniciativas empresariales más importantes ha obedecido a razones estrictas de rentabilidad de la inversión, como ocurre en cualquier sociedad anónima, sino a la necesidad de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los ganaderos, en una zona nada favorable, y un fuerte compromiso con el desarrollo, inicialmente, del Valle de los Pedroches. Una experiencia ejemplar, a nivel nacional e internacional, con muchos aspectos dignos de conocer, estudiar y difundir, de la que nos sentimos orgullosos, aunque no hayamos contribuido a ella.

El éxito de cualquier empresa depende del grado de consecución de los objetivos para los que se ha creado. Una cooperativa es una asociación de personas que se unen para poner en marcha una empresa con el fin de satisfacer necesidades comunes. En el caso de Covap, vinculadas a las explotaciones de los socios, principalmente mediante el suministro de bienes y servicios, y la comercialización de sus producciones, unificando la oferta para competir juntos, añadiendo valor a los productos y eliminando intermediarios acercando el producto al consumidor. Todo ello para mejorar la producción y hacer más rentable el trabajo de los socios.

Pero para conseguirlo las cooperativas deben operar en los mercados de la manera más eficiente posible, ofreciendo productos de calidad y compitiendo con otras empresas. Ello implica ser muy exigente y controlar la calidad de todos los procesos internos, desde la misma explotación de los socios; contar con buenas instalaciones y personal cualificado, lo que requiere del compromiso y el esfuerzo de todos los socios, mejorando permanentemente tanto su explotación, incluida su propia capacitación, como la empresa común, contribuyendo con nuevas inversiones.

Los resultados deben repercutir tanto en el socio como en la empresa, orientando el crecimiento y las inversiones a cubrir cada vez mejor las necesidades de los socios, pues es, en definitiva, su razón de ser, pero satisfaciendo cada vez mejor las necesidades del mercado. De esta forma, cuanto mejor funcione la cooperativa, más productivo será su trabajo y en mayor medida tendrá asegurada su continuidad.

Por tanto, la empresa cooperativa se enfrenta a dos mercados que tienen que satisfacerse de manera equilibrada: uno interno, con los socios, que actúan como proveedores y/o clientes; otro, externo, en el que actúa como una empresa más. Su éxito empresarial, por tanto, hay que medirlo desde esta doble perspectiva.

Pero hay otro elemento fundamental, que es el que le da coherencia y cohesión a ambos y es el éxito cooperativo, que consiste en el respeto a los principios y valores del cooperativismo y estar firme y con orgullo asentada en ellos. Lo que diferencia a las sociedades cooperativas de otras organizaciones económicas es que la actividad empresarial se concibe al servicio de las necesidades de las personas, no del capital. Esta concepción personalista lleva a que la participación en la toma de decisiones sea democrática --una persona, un voto-- y la distribución de los resultados se realice en proporción a la participación de cada socio en la actividad, y no del capital aportado.

Desde hace más de 150 años, a nivel universal, las cooperativas intentan compatibilizar su eficacia empresarial con su responsabilidad social, compromiso que alcanza a la calidad de los productos, la honestidad, transparencia y a la sostenibilidad de los procesos productivos en solidaridad con las generaciones futuras. Dicha participación responsable exige a todos estar permanentemente preparados e informados. Por ello, la educación se ha considerado históricamente la regla de oro del cooperativismo. Para ello, deben destinar parte de sus excedentes (5% como mínimo) a la formación de sus socios (cooperativa, empresarial y profesional), la promoción social y cultural, la difusión del cooperativismo en su entorno y fomentar la sensibilidad por la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible.

* Profesor de la Facultad de Ciencias del Trabajo y experto en cooperativismo del Ministerio de Trabajo