Ahora que termina el curso, que hace ya meses del famoso informe PISA sobre la educación (en el que no salen nada de bien parados los adolescentes españoles) y que la universidad española está soliviantada por la adaptación al Espacio Universitario Europeo, es un buen momento para preguntarnos qué estamos haciendo con la educación en España. Porque algo pasa en nuestro sistema educativo. Y mucho me temo que lo que pasa es que en esto de la educación, de todos los niveles, hemos cometido todos, padres, profesores y políticos de todos los partidos, algunos errores de bulto en los últimos veinte años. En primer lugar, no hemos establecido un marco legal educativo estable, sino que hemos hecho de los fundamentos de la educación un campo de batalla político. Por eso tenemos una legislación educativa en reforma permanente en casi todos los niveles, que se ha ido, además, enmarañando con legislación autonómica. Hemos sido torpes con la educación porque no hemos tenido una política de Estado educativa. La educación española, en todos los niveles, no tiene, así, ni fundamentos, ni objetivos, ni planificación.

El segundo error ha sido la cesión, sin coordinación, de las competencias educativas a las Comunidades Autónomas. Porque hemos usado las escuelas para el adoctrinamiento político y la construcción nacional de tal forma que sorprenden leer algunos contenidos autonómicos de geografía, lengua o ciencias sociales. Tan natural parece esta orientación de la educación que, en una entrevista, Maragall soltó que soñaba con que los niños de las escuelas catalanas recitaran el Estatut, pero no dijo que soñara con una buena escuela. La educación española, en todos los niveles, es localista, cateta, cerrada.

Un tercer error es que hemos olvidado que el aprendizaje, esencia de la educación, ha de ser exigente. Todos estamos olvidando el valor del propio esfuerzo y la responsabilidad de educarnos y educar. En el sistema educativo español la calidad es un mito retórico, pero nadie exige una educación de calidad. Y es que hay muchos pactos tácitos entre los distintos agentes para cargar la responsabilidad en el otro: los alumnos no estudian, según ellos, porque los profesores no los motivan; los profesores no están motivados, según ellos, porque la sociedad, padres y alumnos, no valoran su trabajo; los padres delegan la educación en los profesores porque, según ellos, para eso les pagan; los gestores no pueden hacer más, según ellos, porque no tienen recursos suficientes; y, los políticos ven frustradas sus reformas porque, según ellos, los profesores se resisten. O sea, que hay un juego a varias bandas en el que nadie asume la responsabilidad de exigir que se hagan las cosas bien. La educación española es, en todos sus niveles, de baja calidad, porque no exigimos, ni asumimos, responsabilidades.

Un cuarto error ha sido el diseño curricular y la coherencia entre los contenidos y los métodos. Y es que hemos sumado contenidos en las enseñanzas básicas, sin sustituir ninguno y, además, manteniendo los viejos métodos pedagógicos. Y, encima, hemos empezado con nuevos métodos para contenidos en los que no son adecuados. Seguimos memorizando cosas absurdas, pero ponemos ordenadores para enseñar a sumar. Los niños no hablan inglés (y mal escriben castellano), pero metemos un segundo idioma extranjero. O pretendemos tener colegios bilingües como si lo mejor para aprender inglés fuera dar clases de matemáticas. La educación española no tiene ni coherencia de contenidos, ni lógica de métodos pedagógicos. La educación española es incompleta e incoherente porque no aplicamos los estudios que los pedagogos han elaborado, sino que tenemos ocurrencias y seguimos modas, copiando métodos sin sentido.

Teniendo esto en cuenta, y algunas otras cosas que no caben en una página, mucho me temo que si las generaciones futuras nos examinaran de la educación que les estamos dando, todos los que ahora tenemos alguna responsabilidad sobre el tema recibiríamos un suspenso profundo. Y lo malo es que éste no es recuperable en septiembre.