Aznar pasó por Antena 3, la televisión de las clases medias y medias-altas, para pedir comprensión e implorando que le creamos. Naturalmente las personas que le preparan el guión (y que nunca le acompañan al plató) le han construido un mensaje que, aunque expresado urbi et orbe, sólo puede ser efectivo en unos pocos: sus militantes, sus electores. A ellos iba dirigido. El resto de los televidentes, es decir, la mayoría, ya no cree en Aznar, al menos cuando habla de esta guerra. Pero a él y sus estrategas poco les importa ahora todo eso. Sólo aspiran a que no se les deshilache ese puñado rebosante aún de electores, y a ello se dedica con denuedo, ahínco y pertinaz dedicación nuestro presidente. Pero si todo esto no es suficiente, la propaganda, que ya esta en marcha, debería encargarse del resto. El Aznar que vemos en televisión en ocasiones estelares, desde que pisa la Moncloa, nada tiene que ver con el ceñudo, bravucón y aún insultón del atril parlamentario, las ruedas de prensa partidarias y no digamos el de los mítines finsemaneros. Si bien es verdad que todos los políticos se camaleonizan según sea el ambiente, el trasvestimo de Aznar al asomar a la televisión es especialmente llamativo. La mano que mece la cuna catódica del presidente sabe que la televisión es un medio para la imagen, pero sobre todo para transmitir emociones. Aznar tiene que parecer un hombre cargado de responsabilidad, que se esfuerza por transmitir sinceridad y crédito. Además, y está es la novedad de la comparecencia en prime time, suplica que le creamos. Pero esa súplica no va destinada a todos. Los que no pensamos que esta guerra en marcha sea justa no somos el objetivo de su intención: se dirige única a los suyos, a los muy cercanos y acaso a los poco informados y, claro, a los despistados. Para el resto de la audiencia destina todo lo demás, ese metalenguaje de signos, gestos y movimientos: un hombre sereno, paciente y razonablemente abrumado por la responsabilidad que le-lleva-a-hacer-lo-que-tiene-que-hacer-porque-ese- es-el-interés-de-España. Es decir, la cara contraria del Aznar que vienen contrastando análisis sociológicos y políticos a los largo de los años. El Aznar que continúa acumulando un enorme rechazo. Claro que él lo sabe.