Ganado: Seis toros reglamentaria y excesivamente despuntados para rejones de San Pelayo, de bastas, gigantes y muy destartaladas hechuras (promedió 636 kilos en la báscula), pobres y cómodos de cara, mansos, aplomados y muy deslucidos para la lidia.

Diego Ventura: rejón contrario (oreja); cuatro pinchazos y rejón (silencio); y rejón fulminante (oreja con petición de la segunda).

Leonardo Hernández: dos pinchazos y rejón caído (ovación); seis pinchazos, rejón trasero y caído, y descabello (silencio); y pinchazo, y rejón desprendido (oreja).

El rejoneador Diego Ventura volvió a hacer historia ayer en Madrid, al lograr su decimoquinta Puerta Grande de Las Ventas, un triunfo logrado por la vía de la épica para imponerse a una horrenda bueyada de San Pelayo. Porque más que una corrida de toros, lo que envió el Capea a Madrid fueron seis animales prehistóricos, que promediaron 636 kilos, y que hubieran sido ideales para las calles, no sólo por sus gigantescas hechuras, sino también por lo poco que se emplearon. O buscaban la huida, o directamente se emplazaban en los medios. Y así cualquier espectáculo, a pie o a caballo, resulta desesperante. El mérito de Ventura fue el ser capaz de imponerse a tantas adversidades, de ahí que hoy por hoy sea el número uno del toreo ecuestre. La capacidad que tiene para elegir terrenos y seleccionar también el caballo adecuado, aunque con Nazarí tenga siempre la ventaja de saber de antemano que nunca le va a fallar. La faena al tercero tuvo menos entidad, ora porque el animal no quería pelea, ora también porque Ventura anduvo aquí más desacertado. Pero todavía quedaba el sexto, con el que se fue a portagayola y con la garrocha montando a Lambrusco, la antesala a una faena de muchísimo riesgo por lo poco que colaboró el buey y lo mucho que tuvo que llegarle Ventura. Y para eso, qué mejor que volver a recurrir a Nazarí, con el que otra vez volvió a dictar la lección de cómo se debe templar a un manso. La temeridad llegó con Importante, con el que se la jugó en el sentido más estricto de la palabra, tanto que a punto estuvo el de San Pelayo de meterle el pitón tras un arriesgado quiebro. La plaza ya era un polvorín, más todavía tras otro incandescente epílogo con Remate. El rejón cayó perfecto. Fulminante. Y la oreja con la que el hispanoluso hacía historia, de ley.

Leonardo Hernández perdió con el rejón de muerte una oreja de su primero, toro que, tras un único rejón de castigo, dejó estar al extremeño, que se lució en una faena pulcra y ortodoxa, con momentos estelares como los galopes de costado y cambios por los adentros sobre Despacio, y el valor y la pureza de Sol.

Manso sin paliativos fue el cuarto, que llegó a saltar una vez al callejón. Difícil papeleta para Leonardo, que hizo un notable esfuerzo para encelarlo sobre Enamorado, que a punto estuvo de acabar herido al alcanzarle el animal un violento arreón. No se arrugó el equino, valentísimo, como el jinete, que se justificó también con Despacio en un sensacional par a dos manos. Volvió a perder premio por matar horrorosamente mal. La oreja la lograría del sexto, otro bisonte prehistórico de 689 kilos con el que firmó momentos también cumbres sobre Sol y, especialmente, con la cortas al violín sobre Xarope. Esta vez sí funcionó el rejón de muerte, de ahí el apéndice que paseó entre el clamor de la afición.