Ganado: toros de Albarreal, de correcta presentación, justos de fuerzas y huérfanos de casta.

Manuel Díaz: dos pinchazos y media estocada (oreja); pinchazo y estocada (dos orejas).

Julio Benítez: pinchazo, estocada y un descabello (una oreja); estocada y un descabello (dos orejas).

Javier Benjumea: estocada (dos orejas); seis pinchazos y un descabello (silencio).

Plaza: Palma del Río. Lleno aparente en tarde primaveral.

Segunda entrega del que se presupone será el cartel mediático de esta temporada, habida cuenta de la presencia en el mismo de los dos hijos toreros de Manuel Benítez, que comparten en los carteles el mismo nombre artístico con el que su padre se convirtió en todo un mito dentro del planeta toro. Festejo que, a su vez, presentaba el aliciente de celebrarse en la misma tierra que vio nacer al V Califa del toreo y en el que, para acrecentar su componente dinástico, se completaba con la presencia de otro torero de la tierra, Javier Benjumea, hijo del recordado maestro Pedrín Benjumea que compartió con Manuel Benítez tardes tanto en la plaza como en los platós de cine.

Como se barruntaba, la respuesta fue la esperada, con un lleno en los tendidos, una legión de curiosos en los alrededores del efímero coso taurino y un verdadero enjambre de reporteros de programas del corazón a la espera de la llegada del padre de los dos hermanos, que finalmente no se produjo, como también era previsible. A falta del tan deseado encuentro paterno-filial, sí que pudieron captar el caluroso saludo de Manuel y Julio a su llegada a la plaza, los constantes diálogos entre ambos durante el transcurso de la lidia, o la presencia en la barrera de Virginia Troconis, esposa de Manuel Díaz, y la actual pareja de Julio Benítez, la modelo sevillana Isabel Jiménez.

Envoltorio que se completó con una triple salida a hombros gracias a una benévola presidencia y a un público que tenía ganas de diversión porque, como vociferaba a pleno pulmón un aficionado tras romperse el paseíllo, «no todos los días se ve a los dos Cordobeses juntos».

Y como ocurriera en Morón, el pequeño fue el que se llevó el gato al agua, tanto numérica como artísticamente, gracias a dos faenas en las que se vieron muchas cosas positivas que evidencia un importante cambio en la trayectoria de Julio Benítez. Así, se mostró muy cómodo y con soltura en el capote, recibiendo a su primero con una larga cambiada y un vibrante saludo, mientras que con la muleta supo aprovechar las escasas opciones que los ejemplares de Albarreal dieron a la terna debido a su manifiesta falta de fuerzas, apagándose sus embestidas a medida que transcurría la faena, cuando no se rajaban por completo y se desentendían de los engaños.

Un trasteo de rodillas y varias tandas con la derecha, con series de mucho temple, fueron suficientes para meterse el público en el bolsillo, bajando enteros su actuación cuando tomó los engaños con la zurda, pitón por el que su oponente dijo basta. En el segundo de su lote, buen planteamiento aunque en esta ocasión, Julio tuvo que ponerlo todo de su parte, tapando en cada tanda la salida de un animal que a las primeras de cambio tomaba el camino de las tablas.

Bien el pequeño de los Benítez y también a un gran nivel, pese al reducido número de tardes que se viste de luces, Javier Benjumea, que no quiso ser un convidado de piedra a esta cita dinástica y ofreció alguno de los pasajes más interesantes de la tarde, particularmente en el primero de su lote, al que, pese a su sosa embestida, enjaretó tres tandas de naturales con mucha verticalidad y elegancia, breves pero intensas, tres y el de pecho, para no castigar en exceso a su ya fatigado oponente que por el pitón derecho fue una auténtica alma en pena. Con dos orejas en el zurrón, Benjumea también dejó un buen aroma en el que cerraba plaza, en esta ocasión con tres tanda de derechazos de mucha verticalidad y trazo largo, completadas con interminables pases de pecho.

Por su parte Manuel Díaz, al igual que sus compañeros de cartel, tuvo que sortear las pocas posibilidades que ofreció su lote, aunque en el que abría plaza, de lejos el mejor del encierro, se mostró excesivamente precavido, recurriendo en el tramo final a su variado repertorio de desplantes y al siempre jaleado por el público salto de la rana. En el segundo de su lote, más labor de enfermería y más sobe con la muleta hasta que consiguió ligar varias tandas con la derecha de las que sacó oro, recibiendo como premio dos excesivas orejas que le valían para salir a hombros, como tantas veces hiciera en su carrera su padre.