La mejor noticia de la corrida de ayer de la feria de San Isidro es que los tres toreros y sus cuadrillas pudieron salir por su propio pie de la plaza tras tener que lidiar, sudar y sufrir un desmesurado encierro de Dolores Aguirre cuyo juego resultó una antología de la mansedumbre en sus peores versiones. Las más de tres toneladas de carne de la basta y desproporcionada bueyada bien pudieron ser despachadas en cualquier matadero industrial antes que en el ruedo de una plaza como la de Madrid, donde sus prestaciones se situaron en el polo más opuesto y alejado de la bravura conseguida en un trabajo genético de varios siglos.

La guinda de tan descomunal mansada la puso el sexto de la tarde que, cuando su matador le situó la muleta ante los ojos, volvió grupas y se fue directamente a la mismísima puerta de chiqueros, donde se echó por su cuenta, sin que le afectara lesión alguna, negado totalmente a la más mínima pelea. Pero hasta que eso sucedió, por los chiqueros de una plaza a la que nunca debieron llegar, por lucir unas hechuras totalmente impropias de una feria de este nivel, fueron saliendo distintas variedades de mansos, desde los que se defendieron con violencia, temperamento y un creciente peligro -léase, por ejemplo, los tres primeros- a los que huyeron con descaro buscando la salida.

OPROBIO GANADERO / A estos últimos, a los que hubo que picar de oca en oca, yendo de un caballo a otro, en otro tiempo se les hubiera condenado al oprobio ganadero de las banderillas negras, solo que en la jornada ayer las cuadrillas se esforzaron en que recibieran el suficiente castigo para no poner en más apuros todavía a sus jefes de fila.

Ante tal tesitura, el albaceteño Rubén Pinar, que ejercía de director de lidia, tuvo una actuación realmente elogiable, pues mantuvo en todo momento un valor sereno y un excelente criterio, lo que le sirvió no solo para no verse desbordado por el intratable primero sino también para asentarse y robarle algunos muletazos de auténtico mérito.

José Carlos Venegas, de Jaén, puso ante su lote una evidente voluntad, aunque envuelta en una cierta inocencia técnica que hizo que en varios momentos se sintiera al albur de las secas oleadas del segundo y de los tornillazos del quinto. Pero, afortunadamente, logró mantener su integridad.

Por su parte, el toledano Gómez del Pilar también derrochó decisión -recibió a sus dos mostrencos a portagayola, aunque solo el sexto atendió su cita- pero sin obtener mayor premio, ante el evidente peligro del tercero y el objeción de conciencia del sexto, que dos sinceras ovaciones de reconocimiento de un público que también tuvo que sufrir desde el tendido los efectos de tan apabullante despliegue de mansedumbre.