Ganado: seis toros de El Ventorrillo, cinqueños los seis, de bastas y feas hechuras, sin raza ni clase.

Eugenio de Mora: pinchazo, estocada trasera y caída, y cuatro descabellos (silencio); casi entera caída (silencio); y estocada (oreja).

Ritter: media ligeramente tendida y tres descabellos (ovación).

Francisco José Espada: estocada corta caída y cuatro descabellos (silencio); pinchazo, media tendida y cinco descabellos (silencio tras aviso).

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El toreo clásico de Eugenio de Mora emergió ayer en Las Ventas para hacerle cortar una oreja del toro menos malo de una infame bueyada de El Ventorrillo, y en la que la cruz se la llevó el colombiano Ritter, que pagó con sangre su buena y valiente actitud.

Esa faena del veterano toledano llegó en el sexto, el toro que le hubiera correspondido precisamente a Ritter de no resultar herido en su turno de quites al cuarto al perder pie mientras instrumentaba unas chicuelinas. El hombre quedó a merced y el ventorrillo no perdonó, hiriéndole de gravedad en el gemelo derecho.

Eugenio vio pronto que el animal iba a servir, y ahí se vio el oficio de un torero curtido en mil batallas para aprovechar las bondades que le brindó el astado y torearlo con largura, buena expresión y hasta con cierto desdén por los dos pitones. La tardanza del toro en doblar -sonaron dos avisos- tras la estocada no fue óbice para la concesión del trofeo. Fue, sin duda, lo más destacable de una tarde que se marchaba por los derroteros de la desesperación y la más absoluta decepción, sobre todo por la corrida tan fea y basta por fuera como vacía por dentro que estaba lidiando El Ventorrillo. Todos, además, cinqueños pasados, lo que denotaba también la limpia de cercados que hicieron ganadero y empresa en el considerado mundial del toreo. La gente se lo veía venir y hubo menos de media plaza para un cartel low cost.

Además del trofeo de Eugenio, cabe resaltar también la valiente actitud que había mostrado Ritter en el único que mató, el segundo, toro aparatoso por delante, que se venía cruzado, rebrincado, pegando tornillazos y volviéndose a mitad del muletazo que le proponía el torero, que trató siempre de hacer las cosas muy templadas y muy de verdad. Y así, a base de paciencia, de buscarle las vueltas y encontrar la distancia precisa, le pegó un par de tandas por naturales de buen tono para, al menos, justificarse sobradamente y demostrar una evolución en su toreo a pesar de no haber visto prácticamente un pitón en todo el año.

No hubo más. Eugenio se las vio y se las deseó con un primero grandón, alto y cornalón, que embestía a oleadas, sin fijeza, rematando sus cortos viajes a la altura de la esclavina; y solo pudo estar aseado con un cuarto mansurrón y sin entrega.

El primero de Espada fue un auténtico bisonte, que tampoco descolgó ni acabó de pasar. El madrileño, todo corazón, anduvo amontonado en una labor en la que cabe destacar la bonita apertura y alguno estimable por el derecho. Con las mismas ganas, pero algo más sereno, se le vio con el último de su lote, al que también le faltó raza para parar un tren. La faena tuvo un prometedor inicio en lo fundamental, pero el toro se acabó pronto y a Espada no le quedó otra que recurrir a lo accesorio -mondeñinas incluidas- en el epílogo, para acabar echándolo todo definitivamente a perder con los aceros.