Ganado: Cuatro toros de El Tajo, de muy desiguales hechuras, blandos y desrazados, de juego deslucido a excepción del sexto, que se dejó algo más por el derecho. Segundo y tercero fueron sendos sobreros de Torrealta y Montealto, sustitutos de un lisiado y un inválido de La Reina, respectivamente. Grandón, brusco y complicado, el primero; y feo, bruto y sin clase, el otro.

Joselito Adame: pinchazo, metisaca en el sótano y bajonazo (silencio); tres pinchazos y bajonazo (pitos tras aviso).

Román: estocada baja en la suerte de recibir (aviso y vuelta al ruedo tras petición de oreja); pinchazo, casi entera atravesada y descabello (silencio tras aviso).

Álvaro Lorenzo: media y descabello (silencio); pinchazo y estocada (ovación).

Una faena no apta para cardiacos de Román a un gigantesco sobrero de Torrealta, que, además, desarrolló muy mal estilo en la muleta, fue ayer lo más destacado de la cuarta de feria, una tarde en la que hubo la primera limpia de corrales tras el decepcionante debut de Joselito como ganadero.

Ese torrealta, que sustituyó a uno de La Reina devuelto tras partirse una mano, fue un auténtico transatlántico. Dos toros en uno. Ideal para las calles. Qué barbaridad. ¿No había sobreros más bonitos en los corrales? Quizás sí, pero había que contentar a los que demandan el toro grande, basto y fuera de tipo. Qué manera de tragar con semejante saldo. Luego tuvo pies de salida, y poder, tanto que a punto estuvo de meter en el callejón a Justo Jaén tras un fortísimo topetazo en el primer encuentro con el caballo. Se vengó luego el pica en una larga y excesiva segunda vara. Y ni así le bajaron los humos. A la muleta llegó con mucha aspereza, la cara por encima del palillo, sin finales... Una alhaja, vaya.

Pero Román, lejos de achicarse, le plantó cara sin importarle su integridad física. Fue casi un acto suicida, un toma y daca de nulas sutilezas pero tremendamente sincero, pues cada acometida era de cama, y cada muletazo, una ruleta rusa. Ese fue el mérito de Román, que finalizó labor por impávidas manoletinas antes de agarrar una estocada baja en la suerte de recibir. La mala colocación del acero fue lo que le privó de tocar pelo. Una lástima. Esa apuesta tan firme bien habría valido el reconocimiento de un trofeo. Eso sí, la vuelta al ruedo que dio finalmente fue de las que valen.

El quinto aparentó lo que luego no fue, ya que también duró un suspiro. Un toro totalmente al contra estilo del toreo de valenciano, que, a falta de oponente para tirar de épica, esta vez pasó sin pena ni gloria.

El primero de Joselito Adame fue otro tren de mercancías. Alto, larguísimo, zancudo y con dos velas también de aúpa. Pero todo lo que tuvo de fachada le faltó de fondo, pues adoleció de un mínimo de fortaleza, algo que corroboró en la muleta, moviéndose al paso, muy soso, la cara natural y viniéndose muy abajo. Con semejante material, el trasteo fue de lo más banal. No hubo nada reseñable por mucho que se obcecó el mexicano.

El cuarto, menos basto que el anterior, sin embargo, tampoco anduvo sobrado de fuerzas. Embestía con las manos, costándole una barbaridad tomar la muleta del hidrocálido, que, toreando desde Manuel Becerra (o muy despegado para los que desconozcan el callejero de Madrid), lo pasó sin decir absolutamente nada. Por si fuera poco, con la espada estuvo francamente mal toda la tarde.

El tercero, de La Reina, fue devuelto por su manifiesta invalidez, y sustituido por un sobrero de Montealto feísimo por regordío y acochinado, y que, fruto también de sus pocas fuerzas, se defendió una barbaridad, sin clase, haciéndolo todo por arriba, sin entregarse. Lorenzo lo intentó de todas las formas, pero fue imposible sacar nada lucido. El sexto fue el que más se dejó, especialmente por el derecho. Y Lorenzo, que lo templó en las primeras series por ese pitón, acabó perdiéndose cuando, no se sabe por qué, empezó a hacer todo lo contrario de lo que pedía el toro, por ejemplo, empeñarse en torear por el izquierdo cuando por ahí dijo nones en el primer pase. Eso es lo malo de traer las faenas hechas desde casa.