Ganado: seis toros de Victorino Martín, todos de pelo cárdeno, de buena presencia y en las hechuras tipo de la ganadería. De juego desigual, desde la falta de raza y las complicaciones de primero y sexto, a la bravura exigente del tercero, pasando por la dulce y templada nobleza de segundo y cuarto.

Manuel Escribano: bajonazo (silencio); pinchazo y estocada (silencio).

Paco Ureña: estocada delantera desprendida y descabello (ovación tras aviso); estocada baja y descabello (silencio tras aviso).

Emilio de Justo: estocada trasera y seis descabellos (silencio tras aviso); estocada (ovación).

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La larga feria de San Isidro de Madrid finalizó ayer, en presencia del rey Felipe VI, con la tradicional corrida de la Prensa, un festejo que resultó anodino y no precisamente por el juego de varios toros con opciones de triunfo de la divisa de Victorino Martín.

Entre los cárdenos de la famosa divisa, con las hechuras típicas de la casa, los hubo de toda condición: desrazados y de compleja actitud defensiva, pero también bravos, lo que implica lo mismo la dura exigencia del tercero que la templada nobleza del lote de Paco Ureña.

La afición de Madrid tenía puestas todas sus esperanzas precisamente en este último diestro, al que recibió con una ovación al terminar el paseíllo. Pero el destino le tenía reservado a Ureña un lote de claro triunfo: dos toros, tanto su primero como su segundo, con claras y nobles embestidas, Lo cierto es que Ureña no regateó esfuerzos con ninguno, solo que sus dos faenas, aun con momentos de buen nivel, estuvieron marcadas por una intermitente falta de acople, bien por su errática colocación o por la falta de pulso para llevar las embestidas hasta el final. No sin ciertos apuros en ocasiones, y quizá mermado físicamente, el torero de Lorca quiso más que pudo, animado en todo momento por el público pero sin llegar a aprovechar unas embestidas despaciosas con las que se amontonó.

El tercero fue otro de los toros bravos del encierro, solo que éste no regaló ni una sola de las que prometían ser intensas embestidas si es que no se le toreaba con absoluta perfección técnica. Ante tal dilema, Emilio de Justo le puso también más voluntad que acierto en un largo empeño en el que nunca volvió la cara, a pesar de verse desbordado en ciertas fases de la faena por el encastado temperamento del animal, al que mató de una estocada trasera pero de impecable ejecución. Más rentable le resultó su esfuerzo ante el sexto, un toro reservón y desrazado al que atacó hasta lograr arrancarle varias embestidas que condujo con firme despaciosidad.

El lote de Manuel Escribano fue el más deslucido de la variada corrida de Victorino, y en especial el primero de la tarde, que ni se quiso emplear ni siguió la muleta más allá de la figura del matador, cuando no se defendía a cabezazos. El cuarto, en cambio, cumplió los dos primeros tercios derrochando bravura, comiéndose los engaños desde que Escribano lo recibió con una larga de rodillas a portagayola, para luego banderillearlo sin gran brillo a pesar del entregado galope con que el animal acudió. Pero fue al abrirle la faena de muleta con unos, quizá, inconvenientes pases cambiados en los medios cuando el fino ejemplar empezó a perder fuelle y energía hasta quedarse prácticamente en nada como el propio festejo que clausuró el maratoniano serial taurino de la lluviosa primavera madrileña.