Un total de 132 personas se hicieron ayer la prueba del ADN para tratar de localizar a sus familiares asesinados y desaparecidos por el franquismo en Córdoba. El centro cívico de Poniente recibió desde primera hora de la mañana a decenas de personas que anhelan encontrar a sus seres queridos en las exhumaciones que han empezado a hacerse en el cementerio de la Salud, y esperan continuarse en el de San Rafael. El equipo de científicos que trabaja desde enero en varias fosas del camposanto cordobés, ayudados por miembros de Dejadnos Llorar y de la Plataforma de la comisión de la verdad, fue el encargado de tomar los datos y practicar las pruebas genéticas, que hoy mismo se llevarán al banco de ADN de Granada.

La masiva respuesta de los familiares, llegados desde siete puntos de la geografía española (Sevilla, Barcelona, Zaragoza, Jaén, Málaga, Alicante y Madrid), desbordó las previsiones del equipo, que ni siquiera dejó de atender a mediodía. Por la tarde, hubo incluso que ir a por más hisopos, tras agotarse los 250 primeros (se usan dos por persona). El Ayuntamiento de Córdoba, que ha posibilitado la recogida, baraja la opción de establecer otro día para que ninguna persona se quede sin su prueba de ADN.

El presidente de Dejadnos Llorar, Antonio Deza, uno de los artífices de que esto haya sido posible, expresó su satisfacción ayer, recordó que es «una cuestión humanitaria, de la sociedad, y no una cosa de izquierdas o derechas», y llamó a ser prudentes para no generar «falsas expectativas», ya que las posibilidades de encontrar los restos de un familiar son relativas. En el salón de actos donde los familiares esperaban para hacerse las pruebas se notaba la emoción, expresada por algunos con un llanto triste y sosegado, y la ilusión, la esperanza. Entre ellos, muchas personas anónimas, y algún que otro cordobés conocido, que busca, también, a su padre asesinado.

Mercedes Pérez y su madre viajaron desde Jaén a Córdoba, ayer, para hacer la prueba de ADN en busca de los restos de su abuelo. A. J. GONZÁLEZ

Para Rafael Soria, un cordobés de 57 años, era importante acudir a la cita por sus dos abuelos, Vicente Soria (que enseñaba a leer y escribir en la Casa del Pueblo del Campo de la Verdad) y Antonio Cardador (policía local en Montilla, en cuyo Ayuntamiento murió), ambos asesinados en los primeros días de agosto del 36, y por sus dos abuelas, Rosario y Dolores, que sufrieron la persecución posterior del franquismo y vivieron con la esperanza de encontrar a sus maridos. «Cuando yo los entierre, se acabó la historia. No quisiera dejarle esta herencia a mi hija», explica Rafael Soria, que afirma no tener «ningún ánimo de venganza. Solo quiero que descansen en paz». Una historia muy parecida a la de Pilar Ruiz, de 67 años, que busca también a su abuelo, Manuel Pérez, platero en San Andrés, que dejó viuda, Carmen Díaz, y tres hijas. «Vengo aquí por mis nietas, para que sepan lo que traen las guerras y para recordarles a los políticos el deber que tienen», afirma.