Quanzhou, Dongguan, Zhengzhou o Xiamen son ciudades cuyos nombres no suenan pero superan la población de Madrid o Barcelona. China tiene ya más de 100 ciudades con más de un millón de habitantes, muchas de ellas también ignotas para los chinos, y serán 200 en una década. Es el recuento de la organización Demographia. Europa no llega a las 40.

El proceso de urbanización chino tiene precedentes en ritmo y magnitud. La población rural apenas bajó del 89% al 81% en las tres décadas maoístas. La apertura económica estimuló el mayor movimiento de la humanidad en tiempos de paz.

Los chinos que durante generaciones vivieron en las regiones centrales buscaron su porción del milagro económico en las fábricas diseminadas por toda la costa oriental. Las ciudades acogieron a más chinos que el campo por primera vez cinco años atrás, el porcentaje alcanza hoy el 57,3% y Pekín planea que supere el 60% en el 2020.

China ha jubilado su milenaria tradición agraria en apenas una generación cuando Europa necesitó más de tres. Shenzhen sirve de epítome: una aldea de campesinos 30 años atrás es hoy una urbe de 12 millones de habitantes con epatantes rascacielos y amplias avenidas. China ha levantado en dos décadas 129 millones de viviendas, convertido 2.000 kilómetros cuadrados de suelo rural en urbanizable y construido 13.000 kilómetros de tren de alta velocidad, 60.000 kilómetros de carreteras y más de 100 aeropuertos.

En octubre anunció que en cinco años trasladará a cien millones de agricultores (un 12% de la población rural) a pequeñas y medianas ciudades con una oferta desmesurada de vivienda vacía. China está salpicada de urbes fantasma que tienen todo menos gente. No solo se explica por el desvarío constructor de los buenos tiempos sino por la demografía.

DESAFÍOS / Aquella masa de jóvenes de la apertura se ha reducido por el envejecimiento. La gente en edad de trabajar ha caído desde el 2011 sin que los esfuerzos por estimular los nacimientos den frutos y el flujo a la ciudad bajó por primera vez en el 2016. Décadas de inversiones han elevado los salarios y calidad de vida en las zonas rurales.

La urbanización ha sido un eficaz motor económico en Europa y Estados Unidos pero las favelas brasileñas o los slums indios revelan unos resultados más dudosos en el mundo en desarrollo. En China coinciden el mayor proceso de urbanización y el de mayor crecimiento económico de la historia. No extraña, pues, que entre las directrices de Pekín figure profundizar el trasvase de los arrozales al cemento.

China está inmersa en el tránsito de un patrón económico basado en las manufacturas a otro más maduro que descansa en el autoconsumo y es sabido que los urbanitas tienen ingresos más altos. Observadores como el Banco Mundial destacan los beneficios de la urbanización china. Ese proceso plantea desafíos sociales, económicos y medioambientales gigantescos. Los nuevos urbanitas necesitarán hogares, infraestructuras, servicios... De cómo lo gestione China dependerá no solo su medioambiente sino el global.

CLAROSCUROS / Las ciudades chinas han evitado las grandes bolsas de marginalidad de otros países en desarrollo y son razonablemente funcionales. Suspenden en estética: cuesta ver diferencias en las ciudades levantadas con un patrón soviético de acumulación de grandes bloques separados por avenidas impersonales. La vorágine constructora también desatendió la sostenibilidad en las ciudades: altas consumidoras de agua potable y recursos, de densidad escasa y volcadas al coche, símbolo de la abundante clase media.

Son habituales las comunidades de viviendas cerradas con sus propios parques y servicios. La buena noticia es que el crecimiento a toda costa ha terminado. El medioambiente vertebra el discurso económico del Gobierno de Xi Jinping, consciente de que su población reclama un ecosistema menos hostil.