La Zapatera Prodigiosa es una obra que Lorca estrenó en 1930. En las propias palabras del poeta, «La zapatera prodigiosa es una farsa simple, de puro tono clásico, donde se describe un espíritu de mujer... Yo quise expresar en mi Zapatera... la lucha de la realidad con la fantasía (entendiendo por fantasía todo lo que es irrealizable) que existe en toda criatura... No hay más personaje que ella y la masa del pueblo que la circunda con un cinturón de espinas y carcajadas...».

Como ocurre con otras muchas obras de Lorca, que era un buen observador de la naturaleza humana, la protagonista está inspirado en una mujer real, que también inspiró el personaje de Amelia en La Casa de Bernarda Alba. La zapatera era en realidad Agustina González López, la hija del dueño de una zapatería de Granada por la que Lorca pasaba camino de clase. La «zapatera» Agustina, prodigiosa a los ojos del poeta, fue una mujer claramente pionera y adelantada a su tiempo: una mujer que, sencillamente, quiso vivir libre.

Eso que hoy parece una trivialidad, la igualdad de derechos de todas las personas sin distinción de sexo, fue objeto de lucha durante siglos. En la España de principios de siglo XX, como en el resto del mundo en ese momento, las mujeres aún estaban condenadas a una vida anónima al servicio de los hombres. Ya había pioneras que llegaron a cumplir sus deseos de estudiar una carrera universitaria o simplemente ser protagonistas de sus vidas, pero eran casos contados. Una de ellas fue Agustina González.

La zapatera empezó siendo una gran lectora, una vez que consiguió el permiso de su familia para poder leer, y con el tiempo llegó a convertirse en una aguda pensadora, pintora, escritora de teatro y ensayo, aparte de hacer incursiones en el activismo feminista y la política: fue pionera en España en pedir el voto para las mujeres y llegó a fundar un partido, el Partido Entero Humanista, y presentarse como candidata a las Elecciones Generales en 1933.

Esta mujer excepcional decidió vivir soltera y libre, algo que, unido a su pasión por estudiar, pensar y participar en la vida social de Granada con su propia voz, le trajo la admiración y respeto de unos pocos, pero el desprecio de muchos. Aun así, no se amilanó, recurría a los trajes de sus hermanos para poder acudir por la noche a sitios reservados exclusivamente para hombres. Se la recuerda vestida de hombre en el salón del Café Suizo, subida en una silla, proclamando sus ideas a voz en grito. Pero aquella sociedad cerrada nunca la acogió de buen grado. En la zapatería que regentaba su padre, ofrecía sus libros, que autoeditaba, y que pocos compraban. Llegó a admitir como excusa una supuesta «locura social» para evitar ser castigada. Esta mujer libre e independiente, también económicamente independiente, no pudo librarse, sin embargo, de ser «diagnosticada» de histeria y sometida a tratamientos inhumanos.

Nuestra Guerra Civil fue implacable con las personalidades radicales, sobresalientes o simplemente diferentes. Agustina compartió el mismo cruel y vergonzoso destino que su conciudadano Federico. Fue fusilada «por puta» y arrojada junto a otros miles de españoles al barranco de Víznar. Un siglo después, cientos de mujeres son violadas y asesinadas como si no hubiéramos avanzado nada.

El tiempo es implacable y la historia no siempre hace justicia. La figura prodigiosa de Agustina González López está siendo recuperada en su Granada, y es hoy ejemplo de libertad. Es curioso que se la recuerde estos días por una contribución suya poco más que anecdótica: su propuesta de simplificación ortográfica del castellano, en el que decía que sobraban las letras c, h, q, v, x, y, z. En su memoria, y siguiendo su personal propuesta ortográfica, que parece sacada de un mensaje de WhatsApp de cualquier adolescente, podría terminar este artículo algo así: «El sistema futurista de eskribir resuelbe las dificultades ortográfikas por lo mismo ke simplifika la ortografía. Este libro ba todo eskrito en futurismo...».

* Profesor de la UCO