Era costumbre en una ciudad elegir cada año, por votación popular, al ciudadano más destacado por sus cualidades humanas, así como por su buen hacer. Un hombre, comprometido con su conciencia, se dijo a sí mismo: si he de elegir, lo haré honradamente. Buscaré el voto justo. Y salió a buscar. En primer lugar se llegó a un político. Quiero que me recibas -le dijo-. Tengo problemas... No es momento -le interrumpió-. Habla con mi secretaria. Pídele hora. ¡Ah! Ya sabes que cuento con tu voto. Y el hombre se dijo: «No, no merece mi voto. Buscaré a otro». En la plaza más céntrica de la ciudad había reunión de intelectuales. El hombre se dijo: «Puede que entre estos hombres se encuentre el ciudadano del año». Y se dirigió en primer lugar a un médico: recétame algo; estoy enfermo - dijo-. ¡Cómo! -exclamó el médico- ¿Es que no conoces mi horario? Pide cita. El hombre se dijo: «No merece mi voto».

Seguidamente se dirigió a un poeta: necesito ver la vida de otro color. Dame algo de tu poesía ¡Compra mis libros! -exclamó-. «Tampoco éste merece mi voto». Cerca de su casa, vivía un cura. Se dijo: «Un hombre de Dios puede ser el elegido». Y llamó a la puerta. Necesito, padre, que me ayude; tengo problemas. Lo siento, hermano -dijo mirándolo de arriba abajo-. No te conozco. No te he visto nunca en misa.

Decepcionado y tras hacer algunas compras en el supermercado caminaba hacia su casa, cuando tropezó y cayó al suelo. Unos niños que jugaban por allí corrieron en su ayuda. Le cogieron las bolsas y lo acompañaron a su casa. ¡Vaya! -se dijo-. Estos niños, sí, ellos merecen mi voto. «Quédate con un amor que te dé respuestas y no problemas, seguridad y no temor, confianza y no más dudas» (De Paulo Coelho).

* Maestra y escritora