Dejadme parafrasear a Juan Ramón Jiménez en la dedicatoria de esta necrología urgente cuando se despedía de su Zenobia . Y dejadme que os diga que tras la aparente contradicción del título se esconde tan sólo una alabanza de Angustias Contreras Villar , un testimonio panegírico de la nostalgia. Si como Doris Lessing afirma vivimos siempre dentro de las ruinas de una cultura anterior, esa arqueología metodológica sostiene el discurso que comienza. Ella que tanto quiso de sus ruinas bienamadas.

Sthendal decía que "solo se pierde lo que realmente no se ha tenido" y como evoqué en el elogio fúnebre con que la despedimos aquel trágico 15 de septiembre de 2004, al contrario de lo que reprochaba la Baronesa Blixen de Memorias de Africa a su amante de cuerpo presente, Angustias sí me perteneció. Tanto que aún sigo a vueltas con ella, apoderado de su recuerdo, de su legado biológico, sus hijas, Esperanza, Irene y Beatriz , que también lo son mías. Embargado por su embriagadora memoria, inolvidable. La nostalgia de su pérdida aún me desazona y embarga. Pero dejadme que dé aquí mi testimonio.

Porque Angustias, Angus como quería ella que le llamaran, era demasiado grande y excesiva para ser sólo mía. Nunca tuve inconveniente en compartirla con los que tanto la quisieron y como yo aún hoy la mantienen siempreviva en su memoria o mantienen vivo su recuerdo, lo que es lo mismo. Con ellos en la tarea de la supervivencia defiendo que no murió del todo y que una gran parte de ella evitó la muerte, como para sí pretendió el sabio poeta Horacio . Será inmortal mientras sus genes sobrevivan, su memoria perdure, el amor a su recuerdo aliente. Sobrevivir a un acontecimiento de estas características sólo es posible sostenido sobre las ruinas de la memoria anterior. Así yo vivo de mi memoria de Angustias, mi Angus, y así se lo digo en mi último libro de poemas Antología de azar . Como en la Celestina, de Angustias soy y a Angustias adoro. El deslumbramiento que su enamoramiento me produjo aún perdura.

En el tramo final de su vida, consciente de su inevitable finitud, reconocía que tenía que haber pedido menos trabajo y más salud. Qué le vamos a hacer. Mala suerte. Mi vida consistía en proteger a Angustias de todos y de todo lo que pudiera siquiera molestarla. Ahora después de tres largos años he comprendido que ésa es tarea de los dioses. Al fin he entendido que la única salida para ella era abandonar el cuerpo que ya no le servía. Que nada es para siempre como nos advertía el viejo Horacio. Y es verdad también que después de este viaje al interior del alma se vuelve más fuerte, como quería Isabel Allende , o no se vuelve. No la salvé de sus dolores ni de la misma muerte, sólo pude servirle de testigo, acompañarla en su martirio, dar fe de su testimonio.

El matrimonio es un acto afirmativo por el que dos personas se eligen mutuamente para testimoniar cada una de sus vidas. Fe pública, ella siempre la acentuaría en esa lucha particular con la que repartía los acentos, notaría existencial, testimonio que da a la vida compartida ese plus que la distingue del resto de las opciones de otras vidas. Ese carácter testimonial mientras se alienta convierte a las vidas unidas por amor en vidas compartidas, y mientras rubricamos el azar compartido la vida es sostenible. Sostener el compromiso hasta la muerte es una opción arriesgada sobre todo cuando la muerte deshace el compromiso. La conmoción es tan grande que es difícil levantar cabeza y seguir la derrota, establecer una nueva singladura. Qué paraíso puede atreverse a proponer la aventura cuando hemos sido expulsados del original por el ángel de blandiente y cegadora espada que es la muerte. Ella fue mía. Su testimonio es mi martirio y su nombre la huella imborrable de que está conmigo. Murió en mis brazos hace ya tres septiembres.

* Historiador