Comenta Paul Preston que Franco en las entrevistas era como una especie de camaleón, pretendía camuflar su verdadera identidad, pero siempre procuraba que todo cuanto contara fuera a su mayor gloria. No obstante, a veces exponía con claridad algunas realidades crudas, como cuando el 27 de julio de 1936 lo entrevistó el periodista estadounidense Jay Allen, a quien le manifiesta su firme voluntad de tomar Madrid y, por supuesto, de salvar a España. Cuando el entrevistador le expresa que, a la vista de cómo estaba la situación, llevar adelante su proyecto podía significar tener que fusilar a media España, Franco, con una sonrisa, le respondió: «Repito, cueste lo que cueste». Más adelante afirmó que su objetivo era establecer una dictadura militar y después celebrar un plebiscito para que el país decidiera, y concluía esa respuesta con una afirmación que hoy, quizás sin darse cuenta del contenido franquista de sus palabras, muchos repiten: «Los españoles están cansados de la política y de los políticos», porque además, desde su punto de vista las elecciones nunca representan la voluntad nacional, en particular no era así en el caso de las celebradas en febrero cuando el Frente Popular obtuvo la victoria. En otras entrevistas habló del futuro que le esperaba a España, y por supuesto cualquier parecido con la realidad de lo que aconteció más tarde es pura coincidencia. En algún caso con promesas incumplidas y difíciles de calificar, como ocurría en la celebrada con Manuel Aznar el 31 de diciembre de 1938: «Y en Córdoba he de fundar una Universidad de Estudios Superiores Orientales, donde los estudiantes musulmanes hallen la ocasión de investigar acerca de antiguos esplendores de su civilización, utilizando para ello los documentos de todo orden que España conserva». Esperaba que la documentación atesorada en El Escorial no fuera objeto de destrucción por parte de «la barbarie roja», pero olvidaba mencionar que era su aviación la que había bombardeado la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado (el esfuerzo republicano por salvar los tesoros de este último se han puesto de relieve en un Congreso que se acaba de celebrar en Madrid).

Por lo expuesto, y por mucho más, cuando el Congreso de los Diputados aprobó el pasado año la exhumación de Franco, dije en estas páginas que era una cuestión de dignidad. Al final se conseguirá a pesar de los obstáculos presentados por la familia y por el capellán de la basílica. Por cierto, que no encuentro palabras para calificar el hecho de que los nietos del dictador pretendan apelar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, una institución que lleva el apelativo de algo que su abuelo despreció e ignoró durante tantos años. También es verdad que se ha tardado demasiado, nunca entenderé que los gobiernos socialistas de los años 80 no acometieran esa medida, que no lo afrontaran personalidades como Felipe González o Alfonso Guerra, que hoy tanto predican, a la vez de impartir lecciones que nadie les pide.

Pienso que todos los demócratas deberíamos estar no contentos, pero sí satisfechos, podremos experimentar un cierto desagravio con esta medida. Por eso me sorprende que no lo hayan sentido así quienes se llaman constitucionalistas, Ciudadanos y Partido Popular, y que en particular el secretario general de este último se haya despachado con una declaración que raya en la estupidez, pues ni desde la ironía es comprensible su consideración de que en unas próximas elecciones Sánchez podría arremeter contra los Reyes Católicos. Y en cuanto a la izquierda del PSOE y parte del memorialismo, caen en la enfermedad infantil descrita por Lenin, pues se comportan como ese niño caprichoso que siempre quiere una golosina, un helado o un juguete mayor que el adquirido, sin disfrutar de lo que tiene entre sus manos.

* Historiador