Al terminar agosto podemos decir que, después de tres meses en el poder, Pedro Sánchez sigue afrontando un mar muy movido y con el viento en contra (84 diputados sobre 350), pero que no está resultando un mal navegante. La formación de un Gobierno técnicamente competente, con tinte poco sectario, y el mensaje antiinflamatorio (no solo sobre Cataluña) fue bien acogido y mejoró sus expectativas. Pero no acabó bien julio por la derrota parlamentaria -no definitiva, pero sí aparatosa- de su propuesta de objetivo de déficit para los presupuestos del 2019, que había logrado que la comisión de Bruselas elevara del 1,3% al 1,8%. Dicho objetivo no fue apoyado, con excepción del PNV, por los grupos que votaron la moción de censura. Pero, luego, la encuesta del CIS del 2 de agosto levantó la moral del Gobierno.

Lo más significativo del CIS no era que Sánchez fuera el político más valorado, con un mediocre 4 sobre 10, ni que la intención de voto socialista hubiera subido al 29% frente al 20,4% de Cs y el PP, sino que el interesante índice de confianza política se situara en el 37,6% (en una escala que va de 0 a 100) con una subida de nada menos que el 22% desde su llegada al poder. Conclusión: en una sociedad sometida desde hace años a la máxima tensión, la desinflamación era el oscuro objeto del deseo.

Y agosto no le ha ido mal. La acogida del Aquarius fue un gesto solidario aplaudido por una sociedad que, al contrario que en otros países, es bastante tolerante. Pero la inmigración es un asunto muy espinoso y las críticas por el posible efecto llamada y el aumento de inmigrantes en el Estrecho han sido utilizados por la oposición.

Y cuando Sánchez se resistió a aceptar el Aquarius-2 hubo desconfianza. ¿Y si el Aquarius-1 había sido solo un gesto de propaganda? No es así. Sánchez quiere participar en la definición de una política europea ante la inmigración, la visita de Merkel a Doñana es ilustrativa y se acabó logrando una solución europea (de cinco países) para solventar la crisis. La inmigración no tiene solución fácil porque enfrenta la política humanitaria con la de seguridad e integración. El fallecido socialista Michel Rocard dijo que Francia no podía acoger toda la miseria del mundo. Y ni España ni Europa pueden recibir -salvo que se crea en los milagros- todos los posibles Aquarius del Mediterráneo. El problema debe abordarse, sin demagogia -populista o buenista- y a escala europea. Con responsabilidad y sabiendo que no hay solución fácil. España, junto a Alemania, Francia y Portugal, trabajan en esa dirección.

En el primer aniversario del 17-A la desinflamación ha dado resultados. Hubo incidentes y la tensión en Cataluña sigue alta, pero no se repitió la gran bronca al jefe del Estado. Y pretender que el independentismo arríe ya su bandera, cuando tras el gran ridículo de la DUI del 27-O volvió a ganar las elecciones del 21-D, es poco realista. El arreglo será muy difícil y la negociación seria no podrá empezar hasta después de las elecciones catalanas y españolas, pero se ha recuperado algo de normalidad. Quim Torra hace maximalismo verbal -es su error y su derecho-, pero las cosas no van a peor. Ahí está la reunión de la comisión mixta Estado-Generalitat, bloqueada durante años.

A Sánchez también le ha ayudado el descoloque de la oposición. Cs ha llegado a exigir otro 155 tras el discurso de Torra en el que dijo que había que atacar al Estado español. No es serio e indica falta de madurez. Y Pablo Casado ha pedido que se convoque el pacto antiterrorista por el suicida de la comisaria de Cornellà. Roza el ridículo.

Sánchez navega, pero en septiembre el mar estará más bravo. Seguir gobernando -más allá de la exhumación de Franco- es su deber. Pero quizá no pueda. En especial si Podemos -con demagogia antibruselas- insiste en su negativa a votar el techo de gasto. Sería aberrante porque la deuda española está en máximos y los tipos de interés empezarán a subir el 2019. Sánchez no podría ceder porque sería visto en todo el mundo (no en Venezuela) como una grave equivocación. Y Puigdemont y Torra (no todo el independentismo) pueden buscar un segundo momento para otra declaración de independencia fallida.

Si Podemos y el independentismo confirman que su voto contra Rajoy fue solo negativo y que no desean permitir otra forma de gobernar, a Pedro Sánchez no le quedará más remedio que convocar elecciones. No sería lo mejor, pero las afrontaría más equipado que Pablo Casado, Albert Rivera, Quim Torra y Pablo Iglesias .

* Periodista