Todo apunta a que éste será un verano muy de pueblo. No nos queda otra que querernos a rabiar para sacar lo mejor de cada uno de nosotros y poner energía y corazón en ser felices con nuestros recursos, bajo un sol de justicia, más de cuarenta grados, y una luna por amiga que muda nos acompaña en noches interminables. Un verano de botijo, de ligeras comidas acompañadas de melón y sandía. Un verano de andar por casa, reorganizar papeles, remirar fotos descoloridas y llenas de momentos irrepetibles. De hablar, de conversar, de aportar una sonrisa en la desesperanza. De honestidad.

En estos momentos nos vemos obligados, más que nunca, a hablar, a dialogar, a consensuar y no a la confrontación. De una pandemia no podemos salir por las bravas. Los intereses generales son prioritarios, los sectores más débiles deben sentir el aliento de la sociedad, los intereses de grupo deben prosperar en la confluencia social, la seguridad sanitaria, la protección del empleo y el derecho al ocio y diversión de todos.

Será un verano de pueblo. De abanicos y terrazas. De historias a la luz de la luna. De cine al aire libre en noches cálidas entre espacios juveniles y zonas ajardinadas. Una pantalla grande donde el rugido del León de la Metro nos sobrecoja. Un verano de familia donde todos nos podamos saludar entre las butacas del cine, los quioscos del paseo y las postales de murallas, castillos, iglesias, ermitas y callejuelas.

Será un verano con menos madrileños, catalanes, alemanes y paisanos que siempre por verano pintaban un paisanaje inconfundible. Un verano sin feria, sin verbenas, sin veladas pero con la esperanza que volverán pasado este tiempo de amargas sensaciones. Un verano para aportar confianza en nosotros, pues cada pueblo ha superado historias inimaginables, que me comentaban de niño los mayores sentados en la puerta de casa hasta altas horas de la noche. ¿Te acuerdas mamá? Un verano para querernos. Anda, inténtalo.

* Historiador