La semana pasada un conocido me preguntó por la calle si estaba contento ahora que los míos estaban en el gobierno. Ante las dudas que me planteaba esa interrogante, y como ya me ha pasado alguna vez en mi pueblo que alguien ha pretendido saber sobre mí, o sobre mis decisiones, más que yo mismo, le pedí que me aclarara quiénes eran los míos. Me dijo que los republicanos, e incluso añadió que me había visto en alguna ocasión con una bandera republicana en la solapa, expresión acompañada del gesto de señalar el lugar en el cual iba dicho símbolo. Y es cierto que cada 14 de abril mi chaqueta aparece adornada con la tricolor, pero no en otros momentos, porque pienso que ese día es más que suficiente para mostrar mi respeto y mi recuerdo hacia la República de 1931, destruida por un golpe de estado en 1936, y porque mi vinculación al republicanismo tiene su origen en el estudio y el conocimiento de aquella experiencia tan valiosa de nuestra historia. Por otra parte, a quien me interpelaba le hice una breve reflexión acerca del republicanismo, así como que no era la primera vez que en estos últimos años ha habido republicanos y republicanas en el gobierno, y en particular le dejé claro que hay organizaciones que se definen como republicanas con las que no coincido. (Y, por supuesto, los míos no son los que él pensaba).

No estará de más recordar que, por fortuna, nuestro sistema constitucional permite, gracias a la libertad ideológica recogida en el artículo 16 de la Constitución, que quienes así lo consideremos conveniente podamos declarar nuestro republicanismo, pero conviene reseñar que el ámbito en el que nos movemos muchos de nosotros es el del respeto a la ley, a la norma, y en consecuencia a todo el texto constitucional, inclusive su título II, dedicado a la Corona. Por otro lado, el republicanismo histórico se oponía a la monarquía por cuanto esta simbolizaba la oligarquía y el caciquismo, pero en la España de hoy, con un sistema político como el que tenemos, no caben planteamientos con respecto a los reyes como los que se hacían los dos siglos pasados, aunque todavía pueden ser útiles desde un punto de vista pedagógico formulaciones sobre la República como las que figuraban en el Catecismo de la Federación republicano-democrática (1870), obra de Ceferino Tresserra, cuando se preguntaba de cuántas maneras podía ser una República, y respondía: «De varias, pero principalmente de dos: democrática y aristocrática. Democrática cuando se asienta en los derechos y libertades del hombre, perfectamente reconocidos e iguales en todos, y aristocrática cuando, por lo contrario, solo determinadas clases de la nación gozan del privilegio de formar gobierno». Y al plantear si existían posibles divisiones en esas dos formas, afirmaba: «Sí; la República aristocrática puede ser de tres modos: teocrática, militar y oligárquica; y la República democrática: unitaria o federal». Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX el republicanismo fue una seña de identidad para cuantos defendían los valores democráticos, entre otras cosas porque la monarquía representaba justo lo contrario.

La España de hoy no es menos democrática porque tenga establecida como forma política del Estado una Monarquía parlamentaria. No obstante, no podemos dejar de señalar la contradicción existente en nuestra Constitución entre la proclamación de la igualdad como uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico en su artículo 1, o la igualdad ante la ley de todos los españoles «sin que pueda prevalecer discriminación alguna» del artículo 14, y la regulación establecida en el artículo 57 por el cual la jefatura del Estado tiene un carácter hereditario, y en el cual además se produce otra discriminación en este caso a favor del varón en la línea sucesoria.

* Historiador