Me decía un profesor inglés: «Soy flemático por educación pero no por temperamento». Y yo digo: soy monárquico por educación histórica pero no por mi temperamento ajeno al sentimentalismo cortesano. Ortega y Gasset, en junio de 1931, ya empezaba a recelar de la II República: «No es eso». Largo Caballero abogaba por una república revolucionaria; o de izquierdas, como Azaña, que siendo presidente del Gobierno criticaba al presidente de la República Alcalá Zamora: «Hace cola en el cine, no vive en la residencia oficial y acude todas las mañanas a la sede presidencial como si fuera a la oficina». Además, le reprochaba perpetuar en la República los modos protocolarios de la Monarquía. Azaña llamaba a tal actitud «el liberalismo campechano tan español del antiguo régimen». Don Niceto, en su libro de memorias A salto a la República , refiriéndose a la clase política, incluido Azaña -«violento como siempre, más cuando escucha que cuando habla»-, decía lo siguiente: «No se dan cuenta de hasta qué punto no siento para mí apego al cargo y sí honda repugnancia a tratar con todos estos elementos políticos, de una a otra banda, entre los cuales tengo que convivir. No se dan cuenta del peligro en que ponen a la República, que llaman suya, y que, como tal, si no la quieren, la aprovechan. En cuanto al país, les tiene sin cuidado». La monarquía parlamentaria ha sido muy positiva para España y espero mucho de la monarquía del siglo XXI, la de Felipe VI. Yo no me imagino una república bolivariana o aquella República Democrática de Alemania rodeada por un muro antidemocrático.