La larga batalla fraccional que arrastra a Podemos hasta una situación próxima al caos, precisa a estas alturas -una vez psiquiatras y psicólogos han realizado su trabajo y concluido el diagnóstico- de los dramaturgos para completar el fresco sobre la bóveda del cielo que no pudieron romper. Todo lo demás viene siendo relatado por los periodistas y las evidencias que muestran las palabras de sus protagonistas y ese caudaloso lenguaje no verbal con el que nos honran sus líderes y muchos votantes.

Es verdad que la desavenencia en los partidos políticos es una rutina que a diario los noticieros tratan de explicar. En política no funciona la amistad (sí el amiguismo). Los políticos se mueven con la fuerza de la ambición y los intereses, y la competencia entre bandos (sensibilidades decían los socialistas) es feroz. En general, aquello que critican, sobre todo los partidos de la derecha, aunque no solo ellos, con mayor tronar de voces, desprecio e incluso ira del adversario, es la venalidad que más aprecian y practican.

Hay que rebuscar en el ideal político y el liderazgo para entender, entonces, cómo se mantienen más o menos unidos durante lustros Manuel Fraga y sus magníficos; Felipe González y Alfonso Guerra: Aznar y su grupo de duros o el mismísimo Santiago Carrillo en la oscuridad del exilio.

El ideal político los mantiene agrupados tanto como los intereses. Esto ocurrió con los socialistas. En la foto de la tortilla parecen un grupo de amigos, pero en realidad no lo eran tanto; lo que les unía era el ideal de libertad y democracia que, para alcanzarlo, necesitaban derribar la dictadura junto a otros muchos. Además, muy pronto asumieron el compromiso de llevar a España desde la democracia a Europa y al mundo. Alfonso Guerra, tan teatral, tan cómicamente andaluz, lo expresó muy bien con la historia de la pizarra de Suresnes.

La fuerza del ideal de libertad, el liderazgo y carisma de Felipe González fueron quienes les mantuvieron unidos durante más de dos décadas y no la amistad o el interés. Felipe González y Alfonso Guerra descubrieron sus diferencias políticas y de enfoque muy pronto y no cultivaron la clásica amistad casi desde el principio de su relación política.

El flamante grupo de políticos que crea Podemos comienza a romperse desde el mismo momento en que toca poder institucional y político. Como en la mayoría de los casos, la amistad no funcionó y, además, venían ayunos de ideales positivos En sus muy conocidas y populares mochilas solo guardaban un relato crudo de crisis y destrucción que, de manera cabal, representa en teatros el actor Alberto Sanjuán al describir nuestra última etapa democrática como una farsa en la que todo es fruto de un pacto infame del franquismo con los nuevos actores políticos que se alimentan del legado más negro de la dictadura.

Así que el Pablo Iglesias hábil y demoledor de las tertulias, al carecer de ideal, empatía y carisma, pronto se revelará como un dictadorzuelo áspero y poco creíble, nada que ver con el líder atractivo que genera esperanzas. Podemos, así, entra en problemas desde el principio porque nadie triunfa con un programa político que pretende demoler el régimen del 78 valiéndose del escombro social que amontona en nuestras ciudades y pueblos la enorme crisis económica que sufrió España y Europa. Nadie construye e ilusiona desde la negación y valiéndose del lanzallamas de la destrucción.

Así que la foto hecha trizas de los cinco amigos que lanzaron este partido es en gran medida consecuencia de la ausencia de un proyecto de país. Porque las batallas en democracia no se ganan con solo abrasar al contrario, sino generando ilusión y dando esperanza a la población. Iglesias y Podemos son sinónimos de bronca y desconfianza. Ni siquiera se les ocurrió reinterpretar el mito del paraíso comunista en esos gifs tan molones que producen, y todo el programa electoral que compilaron como un catálogo de IKEA se quedó en la primera página: la idea feliz que se describe en los 145 caracteres de un tuit, y después el vacío: lanzallamas y sospechas.

* Periodista