Los pobres no pagan hipotecas. Ni abonan el impuesto de actos jurídicos documentados. Así que a los pobres se la trae al pairo el escándalo del Tribunal Supremo y les importa un pimiento que los jueces se estén desacreditando aceleradamente ni quién tiene que pagar el susodicho impuesto. Para ellos no hay justicia en el mundo, ellos ya saben que todo es mentira, y solo aspiran, como decía el lunes pasado Antonio Fernández El Chache en el coloquio organizado por Córdoba Futura, a que la sociedad les permita «sudar el pan que se coman mis hijos». Pero ni eso. Y bien lo explicaba Antonio Fernández, Añito, un padre de familia en paro que también es nuestro vecino, al que no contratan (a lo mejor por los tatuajes) a pesar de que está fuerte y «hecho un mulo». «Somos pobres genéticos», dijo, y nos partió el corazón, pero no de pena, sino de culpa e indignación.

Así que, como ni firman hipotecas ni tienen dudas sobre la injusticia del mundo, pues la llevan sobre sus espaldas, al menos no sufren como los que no somos pobres al ver derrumbarse el prestigio de todas y cada una de las instituciones. Ni una se salva, todas nos acaban descubriendo su podredumbre unas, su incompetencia otras, su falta de coherencia las más, su composición de enfuchados todas --bueno, menos la Casa Real, que como se hereda no cuentan méritos para acceder al cargo, es cosa de familia, pero legalmente-- y la cantidad de irresponsables que ponen en peligro nuestra democracia y nuestra confianza en lo que debería ser fiable, riguroso y de principios firmes como rocas. Ahora le ha tocado el turno a los jueces, y, ya ven lo que nos estamos encontrando. Vamos, que nos están dando con la independencia judicial en todos los morros. Del «respeto» de Pedro Sánchez a las decisiones de justicia y de la conveniencia de cambiar las leyes según soplen los vientos hablaremos otro día.