Un debate bastante cortés --hablo de la gente educada-- se pregunta estos días cómo de nuevo el Premio Cervantes recae en un autor catalán. No se discute la valía de Joan Margarit, pero se argumenta que en otras zonas de España, mismamente Andalucía, hay autores merecedores de la distinción. Pues sí. Y se lleva la cosa a la política, planteando que con estos reconocimientos se quiere tender puentes con esa Cataluña que rechaza lo español. En resumen, que se está dorando la píldora a la cultura catalana. Son muchos los premios que reciben estos autores, pero, más que por dorarles la píldora, que quién sabe, quizá eso esté en relación con la potente industria editorial de aquella tierra, con los muchos recursos destinados allí a la cultura --al menos antes, ahora ya sabemos para dónde va el dinero-- y con la enorme cantidad de comunicadores y periodistas catalanes que llevan la batuta en los principales medios nacionales. Parte de Cataluña no quiere estar en España ni ser de España, pero lo cierto es que sus profesionales están por todas partes, bien considerados, sin problemas de convivencia y con amplias capacidades para influir. Así que el Premio Cervantes, aunque pueda interpretarse en un sentido político, podría explicarse muy bien por el devenir histórico de una tierra que lo tiene todo y que nunca deja de reclamar más. Esa píldora no hay que dorarla, está ya dorada con diez capas.