En nuestro país se están alcanzado unas cotas de formación asombrosas. En un corto espacio de tiempo hemos pasado, de tener unos altos porcentajes de población de un bajísimo nivel formativo con un alto grado de analfabetismo, a una población con una instrucción académica excepcional. Todavía, lo que tenemos algunos años, recordamos cuando en las mayoría de los formularios, que se tenían que rellenar para la administraciones, se preguntaba si se sabía leer y escribir. Los estudios universitarios eran muy escasos y repartidos muy desigualmente por la geografía española, solo disponían de ellos algunas regiones privilegiadas, siendo inaccesibles para la mayoría de las familias españolas.

En pocas generaciones hemos pasado a un nivel de formación nunca obtenido por nuestro país ni por lo de su entorno. Las universidades y los centros de formación profesional han conseguido unos dinteles de formación excepcionales, pero desgraciadamente los niveles económicos no han ido en paralelo. Quizás, la mayoría de los responsables de la política económica, han ido más a buscar el bienestar personal, con una instrucción escasa obtenida a través de influencias en universidades creadas «ad hoc», que a luchar por un país en el que se prime el esfuerzo y la preparación de sus ciudadanos. Habrán sentido bochorno, cuando daban publicidad a su currículum y miraban a su alrededor, y observaban la educación que habían recibido las nuevas generaciones. Buscando esta formación inexistente, sus influencias han hecho que sus méritos estén plagados de cursos no realizados y certificados, financiados y no efectuados. El desarrollo académico no ha ido paralelo con el económico. La clase política sigue aumentando, con lo que los recursos no llegan a ese conjunto de jóvenes que por su esfuerzo y preparación lo merecen. La política económica, por parte de los responsables económicos de los distintos partidos políticos, ha consistido en el crecimiento innecesario de las estructuras administrativas y representativas del Estado, y la creación de otras paralelas que permitan integrar en las administraciones a sus afiliados y simpatizantes, creando una red de clientelismo, para que a través de los correspondientes procesos electorales les permitan mantener su hegemonía política. Aquellos que no querían transformarse en «casta», al encontrarse con ese bienestar, han tenido su transformación, por lo que tampoco se pueda confiar en ellos. Todo esto se ha visto sazonado con una reforma laboral, amparada en una crisis económica, que ha hecho que determinados sectores económicos hayan ofrecido y ofrezcan empleos de un bajo nivel social y retributivo.

La participación de las rentas salariales en el PIB de nuestro país ha sido en 2017 de 550.000 millones un 47,3% de dicho PIB, que en 2009 era de 51%. Lo cual supone una caída del 3,7% de dicho PIB. Sin olvidar que los beneficios del capital han ido creciendo.

La pérdida de la presión sindical, a causa de dos reformas laborales consecutivas, ha debilitado el papel de los trabajadores en sus relación a sus justas reinvidicaciones.

En días pasados, al ir a pagar, en el cajero de una gran superficie, me encontré con un miembro de los servicios de seguridad de aquel establecimiento. Fue grande mi sorpresa cuando la oí hablar en inglés con gran fluidez. Al salir por el control me volví a encontrar con ella y le pregunté que cómo hablaba el idioma de la Gran Bretaña, me contestó que tenía dos licenciaturas: Filología inglesa y Filología hispánica. Lamentablemente sus ingresos seguro que no estaban en consonancia con su preparación. Mientras este desequilibrio exista tendremos una juventud de primera y una clase política de regional.

* Exrector de la Universidad de Córdoba