Debemos evitar que ocurra un efecto dominó. Debemos frenar el populismo en Europa». Es lo que rogó a sus compatriotas Mark Rutte, líder del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), justo antes de depositar su voto en las urnas. Y Holanda ha respondido en las urnas como esperaba toda Europa; quiero decir toda la Europa europeísta, claro está. Los resultados ya oficiales lo sitúan como ganador con 33 escaños, frente a los 20 del no hace mucho también liberal y ahora ultraderechista y populista Geert Wilders, fundador y líder del Partido por la Libertad (PVV).

Los resultados de las temidas elecciones holandesas pueden interpretarse, en primer lugar y por encima de todo, como la constatación de que el populismo en Europa parece haber encontrado un límite natural, en una sociedad más madura y tolerante, a pesar de la gran amenaza que para cualquier país supone la existencia de una inmigración masiva con grandes diferencias culturales y difícil integración.

No obstante, y a pesar de la enorme trascendencia que este resultado tiene para el futuro de Europa, es interesante observar un giro de la sociedad holandesa hacia la izquierda, dentro de una debacle generalizada de la izquierda europea en los últimos años. En este caso de Holanda, es cierto también que el gran perdedor es el Partido Laborista (PdvA), socialdemócrata y socio de gobierno de los liberales de Rutte, que pasa de 38 a 9 diputados. Pero globalmente, la izquierda gana peso. Es sorprendente el resultado del partido GroenLinks (Izquierda Verde) que sube de 4 a hasta 14 diputados, lo que podrá permitirles participar en un futuro gobierno de coalición.

Los datos de participación, que ha subido 3 puntos hasta el 77,7%, sugieren la interpretación de que la izquierda se ha movilizado para frenar el avance de los populistas de ultraderecha y evitado que estos pudieran controlar o condicionar con exigencias muy duras y antieuropeístas la formación de un gobierno. En esta ocasión parece que las encuestas han fallado a la inversa, porque se otorgaba mayor probabilidad de éxito a Geert Wilders, cuya carrera había ido en ascenso hasta ahora y apuntaba hacia el gobierno. De hecho, en esta ocasión también ha aumentado su presencia en el Parlamento, con 4 escaños más, aunque no ha sido suficiente, y quedará relegado a la oposición.

Wilders ha reconocido su derrota a pesar de este leve ascenso, pero con ese dis-curso grandilocuente, de palabras gruesas típicas de todo buen político populista, ha calificado la situación como «una primavera patriótica», y se autodefine como «un luchador y no un populista».

Europa respira tranquila, por lo menos hasta las próximas elecciones en Francia. Puede que los resultados en Holanda supongan un cambio de tendencia en esa carrera que parecía desbocada hacia la efervescencia de los nacionalismos, la xenofobia, el proteccionismo y la destrucción del objetivo de Europa.

Personalmente me alegro al descubrir que el sueño europeo sigue vivo entre mu-chos conciudadano, y que parece haber cierta claridad de ideas al reconocer que Europa debe construirse sobre los valores fundamentales de la libertad, la democracia y la solidaridad. Esos valores tradicionales no son incompatibles con la búsqueda de la seguridad, competitividad y la racionalización del esfuerzo y el gasto. Intentar priorizar esto último y creer que para lograrlo hay que volver el camino andado hacia la integración, aparte de ser egoísta, es un error. Europa sobrevivirá junta. Volver a las naciones estado sería dimitir y abandonar la tradicional posición relevante de Europa en la esfera internacional ante la emergencia de los nuevos colosos como China o India, junto a USA y Rusia.

Europa y todos los europeos de corazón somos hoy también holandeses: neder-landse europe.

* Profesor de la UCO