El conductor de la furgoneta que mató el jueves a 14 personas en la Rambla de Barcelona fue abatido finalmente ayer por la tarde en Subirats por el cuerpo de los Mossos d’Esquadra. Se cierra así -a la espera de un nuevo fugitivo- el cerco a la célula de una docena de terroristas que prepararon los atentados de Barcelona y Cambrils. De ellos, los Mossos han abatido a seis, dos o tres murieron en las explosiones de Alcanar y cuatro han sido detenidos. Ahora sí que prácticamente se puede dar por finalizada esta operación desde el punto de vista policial. Queda un largo trecho judicial por delante y muchas heridas en la convivencia social y política por cerrar en las próximas semanas y meses. En este sentido, resulta ciertamente preocupante que los partidos políticos solo sean capaces de superar sus diferencias cuando el sentir común de la ciudadanía les obliga en momentos de alta emotividad como son los días posteriores a los atentados.

Ayer se reunió el Pacto Antiterrorista, puesto en marcha tras los atentados de Charlie Hebdo y que no se convocaba desde los hechos de Niza. Acudieron los partidos inicialmente firmantes, los que se han sumado en estos años y algunos que lo hacían por primera vez, como Esquerra, el PDECat y el PNV. El Pacto Antiterrorista fue impulsado por Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. A él se unieron luego C’s, UPN, Foro Asturias, Coalición Canaria, Chunta Aragonesista y UPyD. Desde entonces, Unidos Podemos ha asistido a todas las reuniones como observador. Ayer, se aceptó finalmente que la unanimidad en el repudio del terrorismo debe exigir un mínimo de pluralidad en las respuestas. En este clima y ante la gravedad de los hechos no se entiende, por ejemplo, la salida de tono de la CUP intentando vetar la presencia del jefe del Estado en esta manifestación. Nada se construye desde la exclusión y aún menos de quien tiene por misión representar a todos. No se puede emponzoñar un momento de dolor como el posterior a los atentados.

Lo deseable sería que el acuerdo contra el terrorismo entre las fuerzas políticas que empezó ayer pudiera fructificar en los próximos meses, quizás con una reformulación del manifiesto fundacional. Ello solo será posible si unos y otros entienden que las diferencias han de ser superables en favor de un bien superior como es el de generar un clima social que deje muy claro a los terroristas que no van a conseguir nada de lo que se proponen: ni amedrentar a la población, ni cambiar el sistema democrático, ni siquiera romper la convivencia por mucho que algunos descontrolados se empeñan en darles alas. Los actuales observadores en el pacto deberían dejar claro en qué condiciones están dispuestos a firmarlo al margen de los apriorismos que hasta ahora les han impedido hacerse unas determinadas fotos. Hemos pasado del estadio de amenaza al de los hechos luctuosos. Nada es igual.