Si se define la nación como un hecho cultural ¿es que la cultura no es cambiante? ¿No son cambiantes las relaciones entre los pueblos, los colectivos, los países, los avances tecnológicos? ¿No cambian la sociedad, la manera de relacionarse, el arte, las ciencias, las relaciones económicas, los lugares donde se vive? ¿No es diferente cómo se vive hoy que en el imaginario paraíso nacionalista? ¿Qué queda en común entre veinte o cincuenta generaciones atrás y nosotros mismos? No ha habido y lo sigue habiendo una interrelación entre la gente, los países? ¿No hay migraciones? Resulta cuando menos paradójico, pero sobre todo incongruente, que cierta ideología progresista defienda la inmigración y al tiempo sea nacionalista.

La lógica nacionalista, llevada al extremo, situaría a cualquier comunidad e individuo en la tesitura de su propia autodeterminación. Pero en otra paradoja insoslayable, solo sería posible dentro de una colectividad superior, su nación. Una nación identificada. no mutable, puesto que entonces sería otra nación, liberadora de sus individuos (otro contradicción), y aspiración de todos cuanto la componen (otra suposición y entelequia). El identificarse con un lema como «nosotros representamos al pueblo» excluye a todos las demás alternativas al sentirse facultados para este aserto, similar a la metonimia de identificar una persona o un partido con una región.

El nacionalismo se basa en esa entelequia, abstracción, que es la nación, una comunidad imaginada como escribe Benedict Anderson. Para Caroline Emcke «lo que quiera que se desee y se reivindique como nación nunca se corresponde con una comunidad existente, sino que siempre es una imagen prefabricada». Porque no puede existir una nación basándose en ninguno de los criterios nacionalistas: lengua, etnia, tradición, historia, comunidades homogéneas o instituciones políticas. Y es el estado el que forja una nación, el que la hace, es decir pos facto, y no una nación la que crea el estado.

Hume ya planteaba que nuestra identidad personal era una suma de percepciones que forjan en la imaginación una identidad; lo que ocurre con las naciones. Por ello Hume pensaba que esta imaginación es la que atribuye la identidad, y la imaginación va unida al sentimiento. Por ello el nacionalismo de cualquier tipo es básicamente sentimental o mejor, emocional. Y como señala Isaiah Berlin, alimentó las corrientes del sentimentalismo humano. Es decir, fue el manantial del que bebieron el populismo y el nacionalismo como expresión última del anterior. Y de algún modo es el precursor del relativismo cultural y la antiglobalización. En esta misma línea escribe el filósofo coreano Byung-Chul Han que «el nacionalismo que hoy vuelve a despertar, la nueva derecha o el movimiento identitario son asimismo reacciones reflejas al dominio de lo global». Aunque como escribe Hobsbawn «un mundo de naciones no puede existir». Para Damian Tabarovsky la «globalización y vuelta a los localismos nacionales (y sus rápidas derivas hacia la xenofobia, el racismo, el fascismo solapado) deben ser pensados como fenómenos concomitantes, en un mismo horizonte de comprensión».

Pero que la nación no exista no quiere decir que no exista el nacionalismo. Es como la religión, que Dios exista o no es indiferente a que existan creyentes. Este es el núcleo gordiano del problema nacionalista. El crear una comunidad política que reivindica un estado propio por identificación con una nación, ya que el nacionalismo exige una homogeneización étnica. La paradoja del nacionalismo es que si hay una identificación colectiva, ésta siempre lo es contra otra identificación. Por lo que siempre el conflicto estará servido, definido acertadamente por Sánchez Ferlosio, como el hábito de construir bondad propia con la maldad ajena.

Todos los nacionalismos se basan en entelequias, por ello se afanan en construir un pasado y sobre todo un futuro basado en ese pasado. Si el nacionalismo solo mirara el pasado, no habría más exigencia que la tradición, se agotaría en su propia esencia. Pero el nacionalismo siempre se proyecta hacia el futuro, hacia una posibilidad de cambio. Es un constructor que al tiempo arrasa aunque su origen sea inmovilista, estático. El nacionalismo se basa en el imperativo utópico de que el pasado aún no ha llegado, ¿algo más reaccionario? De algún modo el nacionalismo es un desertor del presente. El gran escritor Joseph Roth, decía que «el nacionalismo es la nueva religión». Escribió Albert Caraco: «El nacionalismo es el arte de consolar a la masa de no será más que una masa y de presentarle el espejo de Narciso: nuestro futuro romperá ese espejo». Como escribe Camus en El Hombre rebelde: «situarán entonces por encima de la vida humana una idea abstracta, , aunque la llamen historia, a la que, sometidos de antemano, decidirán, con total arbitrariedad, someter también a los otros».

Como remata Hobsbwan «el lema de la autodeterminación hasta la secesión incluyendo a esta como programa general no puede ofrecer ninguna solución para el siglo XXI». Los nacionalismos van de la mano de la reacción y el conservadurismo. No hay que olvidar que a los franquistas se les llamaba «nacionalistas».

* Médico y poeta