Aunque sea a modo de misa de sufragio creo que le debo unas líneas de condolencia. Como todas las mañanas cuando enciendo el ordenador me mira , sentada en su banco del parque de San Francisco, dispuesta a servirme de musa para cualquier menester a la hora de sacar algo del teclado. Y en muchas ocasiones me trae, a horas más tempranas,los buenos días de voces amigas. Se ha convertido en uno de los dos habitantes que han logrado sobrevivir en mi mesa de trabajo junto a un montón de papeles capaces de superar el ritmo de replicación de cualquier covid desaforado. El otro es un Beagle que en estos momentos duerme feliz encima de su caseta, del que todos los que nos llamamos Carlos debemos tener una colección (es casi imposible que a nadie no se le haya ocurrido alguna vez regalarnos uno). Sin embargo hace unas mañanas Mafaldita ha amanecido en el Whatsapp de mi móvil (o mejor mi celular) agarrada a Quino rogándole desesperadamente que no se fuera... que prometía tomarse la sopa. Qué no haría ella por el mendocino quien curiosamente la dejaba huérfana justo un día después de apagar las velas de su cincuenta y seis cumpleaños.

Ya sabe ustedes lo que decía Gabriel García Márquez «después de leer a esta piba me di cuenta de que lo que más te aproxima a la felicidad es la Quinoterapia». Todavía hace pocos meses muchos diarios ofrecían como promoción sus tiras reunidas en pequeños libretos. En España ese pequeño trono ovetense -no en vano es princesa por extensión- es un frecuentado lugar de peregrinación fotográfica como los son otros muchos asientos suyos, especialmente el del bonaerense barrio de San Telmo. Aunque también cabe encontrarla, del mismo modo, en la plaza de un pequeño pueblo cordobés... eso sí, de Argentina -Laguna Larga- a unos setenta kilómetros de nuestra homónima en la región pampeana. Pero no hace falta ir tan lejos para vincularla, aunque sea anecdóticamente, a la española. Y es que quizá lo que muchos no sepan, o no recuerden, es que Guille, el hermano pequeño de Mafalda, además de una innata vocación por «expresarse» gráficamente sobre las paredes de su casa, quería ser (agárrense)... ‘El Cordobés’. (Bueno... «El cozdobez», en su particular jerga)

Utilizaba para ello un viejo modelo de teléfono de mesa, poniéndose por montera el mango, con el auricular a un extremo y la bocina al otro, adjudicándole el papel de toro al soporte (con la horquilla a modo de cuernos). El resto era cuestión de imaginación. O quizá no tanto. Porque lidiar con algunas llamadas telefónicas tiene su miga. Una tira que también recuerdan estos días aficionados y publicaciones taurinas. Contaba Quino que una vez había dibujado un torero con la montera puesta al entrar a matar. Y que tras las «correcciones» recibidas se convirtió en un obseso de la documentación.

Curiosamente si no existieran los electrodomésticos tampoco existiría Mafalda que inicialmente nació para promocionar neveras «y otras pavadas». Y que en una imaginaria carta a su creador, firmada por Oscar Domínguez y publicada en una revista del otro lado del charco, lo definía como una suma de los chicos de su panda: un hombre física, química y argentinamente bueno. A su vez Quino resumía la eterna actualidad de su personaje en que la humanidad sigue cometiendo los mismos errores. «¿Se imaginan las cosas que diría yo en las actuales circunstancias?», se autopregunta ella en esa carta imaginaria. Y no se corta al afirmar que las cincuentonas prolongadas son «la sal, el azúcar, el churrasco, el mate de la vida (...) mientras el mundo sigue dándose contra las paredes».

Esa vigencia de sus reflexiones aparece en cualquier página por la que se abran sus álbumes. Por ejemplo en las viñetas en las que la pibita aparece en la cama con gripe. Sus amigos, armados hasta con cascos espaciales contra el contagio, se congratulan de no tener que ir a clase y ella les dice que teme más elevar la incultura a virus. Estos días en que, a hora temprana, las calles del centro se llenan de pequeños transeúntes camino de sus coles o de otros, no tan pequeños, poblando las Tendillas en la pausa interclases, me pregunto qué diría la porteña sobre el futuro de estos jóvenes pandemials, cuando aún no han logrado sacar cabeza sus antecesores milennials. Les aguarda un futuro de retos globales apasionantes. El problema va ser el contexto de penurias derivadas de la «otra» pandemia (la política). Aunque para los españoles peccatta minuta las palabrillas y malos modos que se cruzaron Trump y Biden en su debate. Les queda mucho que aprender hasta alcanzar el nivel que se estila en nuestro hemiciclo. Esperemos que, tras ver a unos, a otros y a varios más, las jóvenes generaciones no lleguen a la conclusión del pequeño Guille quien al preguntarle otra vez su hermana que quería ser de mayor contestó rotundo: « Zupezviviente».

Han llenado sus bancos de flores. Yo le he añadido una rosa al portalápices. Y esta noche me esmeraré con la sopa.