Casi 600 millones de personas se comunican en el mundo utilizando la lengua española. Debería ser un motivo de orgullo que sea la lengua oficial en 21 países, que actualmente aprenden más de 25 millones de estudiantes, con un crecimiento exponencial enorme, siendo la segunda lengua en los Estados Unidos, en algunos ya la primera, y el segundo idioma del mundo detrás del chino mandarín.

Sin embargo, la lengua de Cervantes sufre ataques desde todos los frentes. La pobreza educativa y lingüística de muchos de nuestros jóvenes y la permisividad del sistema educativo es uno de ellos. Las muletillas del ‘tronco’, ‘tío’, ‘superguay’, ‘pasada’... degradan el lenguaje de forma despiadada. La ideología de género también está presente en el debate, y desde la publicación del libro de García Meseguer en 1977, para algunas personas el español es un lenguaje sexista y machista, aunque otros opinen que es una crítica injusta al haberse admitido numerosos términos y descartado otros si bien por razones léxicas, fonéticas o semánticas pero no sexistas. Más bien es el uso y las personas quienes le pueden o no dar ese contenido.

Otra distorsión es la contaminación del idioma con otros, lo que resulta inevitable en un mundo abierto y global, con realidades cambiantes donde no hay nombre para todo lo nuevo, sobre todo en el terreno de las nuevas tecnologías o las finanzas, apareciendo de un lado los anglicismos o el spanglish, cuando se mezclan términos del inglés con el castellano. Y fácilmente asumimos términos como halloween, factoring, renting, leasing, confirming, hacker, cookies, megabyte, password, etcétera.

Amenaza grave son los furibundos ataques de los nacionalismos más ortodoxos, que han querido eliminar de los colegios el español como lengua vehicular y continúan en su empeño. La noticia no es nueva, y ha sido conocida y consentida por los dos partidos gobernantes, que durante décadas guardaban en un cajón las denuncias de la Alta Inspección Educativa para no molestar a los socios vacos y catalanes en el incumplimiento de las sentencias judiciales que obligaban a cumplir con la ley. Ahora, se pone por escrito en la enésima reforma educativa, sin consensos mayoritarios para variar, la traición a la lengua española por un puñado de votos que saquen adelante los Presupuestos, consintiendo que no sea vehicular en los colegios dichos territorios. Un eufemismo empleado para avalar que no se hable español como lengua común. Una auténtica aberración cultural y jurídica, pues no olvidemos que el castellano es la lengua oficial del Estado y todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla, como señala literalmente el artículo 3 de la Constitución Española si es que, a estas alturas, sirve de algo. La lengua es algo vivo y dinámico que, pese al lingüicidio si se me permite la licencia, escapa al control del BOE, aunque éste cubra de efímera gloria y deje constancia del nivel y prioridades de quienes nos administran. Nos imaginamos que nos hubiera dicho don Jacinto Benavente, autor de la obra Malquerida, y todos esos incultos de la generación del 98 y del 27, y del Siglo de Oro, y tantos poetas y escritores allende los mares que han ido construyendo un lenguaje común en el que todos pudiéramos expresarnos, escucharnos y entendernos. Qué desastre de partidos y qué pena de españoles.

*Abogado y mediador