Para nada me ha sorprendido la encuesta de Metroscopia sobre la opinión de los españoles sobre el juicio del procés. Por cierto, veo que a las empresas de sondeos se les encargan en estos tiempos temas menos peliagudos que las elecciones, en donde se falla más que con una escopetilla de plomos de barraca de feria. Pero a lo que voy: el 76% de los españoles aplaude cómo está gestionando el juez Manuel Marchena el complicado juicio del procés.

¡Pues claro, si más que un juicio es una exquisita clase pedagógica y didáctica de Derecho! Mas aún, y aunque esté feo personalizar, recuerdo muchísimas clases de Derecho mil veces menos delicadas por parte del profesor que lo que veo por parte del juez Marchena en la retransmisión de la vista del procés.

Porque lo que es un juez, lo que se dice un señor juez (o señora jueza, es igual), en el ejercicio de sus funciones, togado de arriba abajo y en el tribunal… es abrir la boca y uno pierde el control de esfínteres viviendo una desagradable experiencia por la pierna descendentemente hasta los tobillos. Para entendernos, y hablando mal y pronto: uno se caga las patas abajo.

Y no es que propugne que en cualquier proceso, y menos en éste tan sensible, los jueces empleen esa mano, si no dura sí que contundente de narices, con la que todo magistrado sabe cortar por lo sano al que se pasa un pelo en la sala. Pero si usted ha asistido a cualquier vista oral de un juicio no me negará que el juez Marchena está haciendo gala de una exquisita ecuanimidad, paciencia, justicia, fe y esperanza (además de varias virtudes celestiales más) a la vez que mantiene el sentido común y el rigor jurídico, todo ello ante discursos y actitudes que en cualquier otra sala de España y del resto del mundo no se permitirían: desde el montaje de un show político de cara a los medios hasta llegar en ocasiones a, más allá del desacato, la auténtica chulería (figura no tipificada en el Código Penal, pero que tiene muy mala leche).

Si al final voy a coincidir en algo con los independentistas, cuando éstos decían antes de la vista oral que el juicio del procés no iba a ser un juicio. Y es que los juicios no suelen ser así, porque está resultando más que eso, un breve máster abierto de Derecho Procesal y Constitucional del que, por cierto, estamos aprendiendo muchos. Y también lo podrán aprovechar en el futuro los altos tribunales internacionales cuando, como va a pasar, se recurra ante ellos la sentencia, sea la que sea, para seguir con el show mediático independentista en el que la ley solo importa si viene bien. Que una ley que puede saltarse cuando viene en gana, aunque sea por las más elevadas razones, lo rompe todo. Y las consecuencias de ello es lo que se juzga.

* Periodista