Las imágenes recientes de los universitarios de Granada en pleno macrobotellón pasando de las mascarillas y las medidas sociales anticovid nos deja estupefactos, perplejos o, si se quiere, patidifusos. Todos hemos sido jóvenes y muchos hemos bebido de esa fuente que dice que las reglas están para incumplirlas. Pero sería una simpleza o hasta una estupidez pensar que basta con incumplir cualquier tipo de regla. La juventud siempre ha implicado cierta rebeldía. La historia está llena de ilustres rebeldías de los jóvenes, que han querido cambiar situaciones y leyes injustas, o derrocar regímenes dictatoriales o reivindicar derechos fundamentales. Los jóvenes siempre lo han hecho con esa vehemencia fresca y esa audacia propia que en muchos casos ha hecho patente que el destino es de los valientes. Muchos hemos vivido la España de la Transición en esa edad de estudiantes universitarios y hemos bebido de ese compromiso con las ideas y con su defensa joven e intrépida. Pero siempre hubo un componente intelectual, ideológico, filosófico que nos hacía pensar en el progreso social y personal. Y, por supuesto, no digamos en ambientes más cultos como el universitario. Pero el contemplar a otros universitarios no solo en Granada, sino en bastantes ciudades e incluso en nuestra ciudad haciendo fiestas, botellones y otro tipo de aglomeraciones sociales en las que se pasa olímpicamente de las medidas de asepsia contra la pandemia, lo primero que nos hace pensar es dónde está esa rebeldía de otros tiempos que se comprometía con el bien común, el progreso social. Los efectos económicos de la pandemia a quienes afecta de una manera clara, además de a otros sectores, es a la juventud y su futuro. Cuesta creer que demasiados jóvenes y encima universitarios se comporten como bastantes indios americanos en las reservas: mezclando alcohol con la claudicación de su futuro y el de los demás.