No dejaremos que el odio y la sinrazón que incendian la agenda, ante la incompetencia de unos y el cálculo tacticista de otros, marque el norte de nuestras prioridades. Por eso, de la mano de este octubre misionero que nos interpela y nos convoca, preferimos una mirada hacia la nobleza del ser humano, incluso en situaciones tremendas de injusticia y desesperanza.

Tal vez sea cierto que el Domund -o Domingo Mundial de las Misiones- que celebramos este fin de semana, sea menos popular que hace décadas. Entre otras cosas porque Europa es el único continente del mundo que pierde población cristiana cada año y también, como dice la campaña de este día, porque nos hemos vuelto inmunes. «Dicen que con tanto drama ahora somos insensibles, que de tanto ver nos hemos quedado ciegos. Dicen que esta historia ya está muy vista, que lo de los niños pobres no es nada nuevo: peores cosas están pasando y son cosas más modernas. Dicen que en casa también tenemos problemas y que la distancia amortigua los remordimientos», si los tienes. También dicen que los planos cortos y la cámara lenta ya no funcionan, y que nadie nos asegura que el donativo que damos llega. Pero eso es lo que dicen, y dicen. Y mientras, en los lugares más recónditos y aislados del mundo, los casi once mil misioneros españoles siguen haciendo. Repartidos en más de cien países y llegando a mil territorios. Antes, durante y después de guerras o crisis humanitaria. Construyendo más de 2.200 proyectos en materias de salud, educación, evangelización, ancianos, igualdad, niños, refugiados y solidaridad, en una cadena de bondades que se prolonga a lo ancho del mundo desde hace siglos.

Escribía Pedro Calsaldáliga, el obispo español de Sao Felix de Araguaia en Brasil, que el llamado tercer mundo es un escándalo en la historia humana. Porque tercer mundo por definición significa un mundo prohibido, marginado, explotado, inferior. No es posible ni sostenible que dos terceras partes de la humanidad estén condenadas a la miseria y a la muerte. Juan José Aguirre, el obispo cordobés de la región de Bangassou, en la República Centroafricana, tan grande como Andalucía, en una de sus periódicas visitas nos cuenta múltiples vivencias: la incidencia de enfermedades espantosas, la mortalidad infantil extrema, la crueldad de interminables guerras civiles, el insondable contraste entre la sociedad consumista y neoconsumista, que reniega de su fe y sus valores, y la sociedad tribal, apenas evangelizada, que valora lo poco que tiene.

El sufrimiento y la vulnerabilidad de mucha gente me ha enseñado un sentido integral, total y único de la dignidad de toda persona. No existen seres humanos de diversas categorías. No concibo ni nunca he entendido cómo se puede defender sólo la vida de las mujeres y menospreciar la de los refugiados; o cómo se puede contraponer el sufrimiento de nuestros pobres a la miseria y necesidades de otros seres humanos.

Ahora tú decides en qué bando militas. Si te quedas mirando el panorama y sigues poniendo excusas, o comprometes al menos algo de tu tiempo o recursos en colaborar con quienes nada tienen. Tú decides si desde tu torre de marfil eres inmune, ciego y sordo; o si nada de lo humano te es ajeno. Como escribe el obispo emérito del Mato Grosso: «Al final del camino me preguntarán ¿has vivido? ¿has amado? Y yo, sin decir nada, abriré mi corazón lleno de nombres…».

* Abogado y mediador