Suele decirse que para ser alguien en Córdoba primero hay que salir fuera, procurarse un éxito siquiera discreto y luego volver con la cabeza alta -preferiblemente a requerimiento del personal-, ya sea para quedarse o, mejor aún, solo para asomarse por temporadas y así dejarse querer por fin en intermitencias. Hay excepciones, claro, pero lo más frecuente es que se cumpla esta regla no escrita, pero infalible, como demuestran decenas de casos que todos ustedes tienen en mente.

El último, o al menos el más sonado, es el del diseñador Alejandro Gómez Palomo, más conocido por Palomo Spain, su lema comercial y carta de presentación ante el mundo, rendido a sus pies. Cierto que el joven modisto, siendo tan iconoclasta y rompedor, continúa fiel a sus orígenes de pueblo, y que lleva a gala mantener -al menos de momento, mientras la industria no le obligue a desviar sus intenciones- el taller de Posadas donde desde el principio se han cosido sus sueños. En ese tranquilo rincón del valle del Guadalquivir, modistas de toda la vida, en un ejercicio de adaptación que algún antropólogo debería estudiar a fondo, dan cuerpo a las deslumbrantes fantasías en tela y brillos de Swarovski de este mago de la aguja. Un chico listo, de sonrisa seráfica y voluntad férrea, que viste su diferencia con modelos estrambóticos perfectamente cortados, hoy lucidos por figuras estelares del show business. Y así seguiría este romántico de vanguardia, paseándose por Posadas con plumas y lentejuelas como escaparate andante de lo suyo, si no se hubiera atrevido a sacar sus raras creaciones fuera, cuanto más lejos mejor, demostrando que, a veces, si se tiene mucha fe en sí mismo y su entorno, es posible la utopía. Hace unos días, según las crónicas, Palomo Spain cosechaba un triunfo apoteósico cerrando la Semana de la Moda de Hombre de París con su colección Éxtasis, en la que mezcla a base de terciopelos y encajes la espiritualidad de El Greco con un guiño provocador a los psicotrópicos. Siempre agitador de sedas y pensamientos tras esa carita de ángel.

La misma que luce Palomo junto a Pol, su actual amor, en el magnífico retrato a tamaño natural -y tan naturales ellos que parece que fueran a salirse del cuadro- que les ha hecho María José Ruiz, convertido en uno de los emblemas de la exitosa exposición en la sala Vimcorsa del colectivo Córdoba Contemporánea. El azar es lo que tiene, que junta circunstancias y vidas que nadie diría que tengan que ver entre sí. Y no lo digo por las diferentes trayectorias artísticas de los diez componentes del grupo, lo que les ha llevado a titular la muestra Islas al mediodía, sino porque como nuestro Palomo de España y de la humanidad, tuvieron que verse reconocidos en Núremberg antes de que la ciudad los haya recibido por la puerta grande. Al menos como colectivo que trabaja por dar visibilidad al arte contemporáneo, porque la verdad es que algunos de sus miembros como la citada pintora o el escultor José Manuel Belmonte hace tiempo que se hicieron un nombre entre el gran público. Junto a ellos exhiben sus obras Arroyo Ceballos, Manuel Castillero, Rafael Cervantes, Francisco Escalera, José Luis Muñoz, Pepe Puntas, José María Serrano y Francisco Vera. Todos distintos, pero unidos por idéntico aliento generacional y la misma vocación de ser reconocidos en su tierra. Aunque para ello primero hayan tenido que hacer las maletas.